Para nadie es secreto el mal prestigio de los cuerpos policiacos y que, más que garantizar la seguridad de los ciudadanos, se coluden muchas veces con la delincuencia. ¿Razones? Van desde los míseros sueldos, falta de apoyo a su trabajo, condiciones indignas, equipo inapropiado, la extorsión de sus jefes y tantos etcéteras. Esta semana, respecto al tema, tuve el gusto de conocer al comisario Nicolás González Perrín: hombre alto, serio, formal y de una calidad humana que irradia confianza, cercanía, cosa extraña para un comandante de la Policía Federal por los estereotipos conocidos.
Nicolás vino desde Washington DC a presentar, con apoyo de Fraternidad Puma, Para hacer posible lo imposible: una mirada a la seguridad pública en México en lugares como el piso 51 de la Torre Mayor, Universidad de las Américas Puebla y Club de Periodistas de México, entre otros.
El título es porque en enero de 2016, cuando coordinó la Policía Federal en Sinaloa, él y su equipo capturaron a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo, y a Orso Iván Cruz, El Cholo Iván, y fue una acción que consideraban algo imposible de lograr, pero, gracias a la coordinación y empatía con los otros mandos, se consiguió el resguardo del reo hasta su entrega a la Marina Armada de México.
Nicolás nació en Tijuana, Baja California, en agosto de 1975, y desde niño, cuando jugaba “policías y ladrones”, siempre estuvo del lado de los buenos. Inició su carrera en la Policía Federal de Caminos; luego entró a la Policía Federal (abril de 1998); después, de 2012 a 2014, fue director de la División Preventiva de la Policía Estatal Única en Chihuahua. Entre 2015 y 2016, solicitó su cambio a Sinaloa y, después de atrapar a El Chapo, lo nombraron Ministro Agregado de la Policía Federal para los Estados Unidos y Canadá en la embajada de México en Washington DC. Su camaradería e historial profesional hicieron que sus compañeros lo invitaran a la Agrupación de Agregados Policiales de América Latina, APALA, en Washington DC, organismo que hoy preside.
J. Jesús Esquivel, periodista de Proceso, destaca en el prefacio que “pese a haber trabajado bajo órdenes de políticos, mandatarios estatales corruptos y superiores apostados por designios de amigos, no por méritos propios, (Perrín) sigue trabajando buscando aportar su grano de arena para encontrar una solución al problema de la inseguridad y la violencia desatada en todo el país por la epidemia del narcotráfico y del crimen organizado”.
¿Un policía puede ser incorruptible? Asegura Nicolás, en su libro, que no hay alguien absolutamente honesto, como tampoco quien jamás haya mentido; sin embargo, agrega: “en mi trabajo, puedo asegurar que me convertí en incorruptible. No tengo precio”. Narra que le han ofrecido 10 millones de dólares en efectivo por soltar a un delincuente internacional, o acciones de una empresa trasnacional que garantizarían la “seguridad económica” de por vida de su familia. “No acepté y esa es mi fortaleza.”
“Me atrevo a hablar de la Policía Federal y sus miembros desde [...] mi experiencia porque, primero, tenemos una imagen interna donde reflejamos inseguridad como institución; segunda, porque las decisiones de estado han afectado nuestra imagen y la sociedad en general rechaza al servidor de seguridad pública, descargando en él su desacuerdo social por la violencia; y por último, porque la corrupción permeó a todas las instituciones [...] construyendo valores que lejos de vincular los preceptos morales que rigen nuestra sociedad, se afianzaron en ‘una reacción’ ante el predominio de actuaciones que generaron rechazo personal y social.” Enhorabuena, maestro Perrín. Autoridades como “ya saben quién” deberían voltear a perfiles como éste y no integrar a personajes de reputación dudosa.