Desde que llegó a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto se ha dedicado a hablar. Todos los días, a todas horas, en todas partes.

La puesta en escena se repite idéntica: un lugar lleno de funcionarios que aplauden, grandes letras que anuncian el evento en turno y un podio desde el cual el mandatario discursea sobre las importantes cosas que su gobierno ha hecho.

Hay además discursos “espontáneos”, como cuando lo entrevistan a la salida de alguna inauguración, en los que dice lo mismo: que el país se va a poner de maravilla gracias a lo que él está haciendo, van a ver.

Y sin embargo, hay ocasiones en que misteriosamente se queda mudo. Por ejemplo: no ha dicho una palabra sobre el socavón en la carretera de Morelos, una palabra sobre los muertos.  
  
Tan sencillo que hubiera sido decir aunque sea lo mismo de siempre: vamos a investigar. Pero ni siquiera eso. Tan sencillo que hubiera sido tenernos a los ciudadanos aplaudiendo sin necesidad de acarreo, si sólo hubiera pronunciado dos palabras: Lo lamento. O dos palabras: Habrá castigo. Tan sencillo que hubiera sido tenernos a todos creyendo en él sin necesidad de sus cifras engañosas y sus promesas, si tan solo hubiera pronunciado cuatro palabras: Ruiz Esparza, estás despedido.

Pero prefirió guardar silencio. 
  
Eso hace siempre en los momentos difíciles. Cuando la casa blanca mandó a la señora Angélica a hablar, cuando Ayotzinapa mandó a Chucho Murillo a hablar, cuando Tlatlaya mandó a Osorio Chong a hablar, cuando la CNTE mandó a Nuño a hablar, cuando Trump mandó a Videgaray a hablar.

Él, como en aquel famoso poema, es un ave que no se moja las alas.

Y es que parece muy gallito, pero tiene miedo. Por eso no se presentó a dar el pésame a la familia de los que murieron, por eso canceló su recorrido por la ruta del tren rápido a Toluca, no vaya a ser que los ciudadanos le reclamen, lo corran. Es mejor nada más discursear, y sólo frente a los que seguro aplauden.
  
Al Presidente mudo le acompañan unos funcionarios sordos. Bonita combinación. ¿Dónde han estado el gobernador de Morelos, el presidente municipal de Cuernavaca, los señores de Protección Civil?
  
Quien sabe. Los vemos en los espectaculares a lo largo de la carretera, siempre con una sonrisa, diciendo cuánto les importamos los ciudadanos. Pero nunca nos escuchan.

De las explosiones en San Juanico hasta el Paso Exprés está documentado que los ciudadanos avisaron del peligro y pidieron atenderlo. Pero jamás en nuestro país se ha hecho caso de una denuncia o de una solicitud de los ciudadanos. Jamás.

Por ejemplo, durante la construcción de los más caros 14 kilómetros del mundo llamados Paso Exprés, los habitantes de San Pedro Mártir pidieron que les hicieran una salida a la carretera porque los dejaron encerrados, los colonos de Burgos pidieron que les pavimentaran una calle aprovechando que ya andaban por allí con sus máquinas, los vecinos de Chipitlán pidieron que cambiaran el tubo del agua porque estaba podrido y otros se quejaron de que el gobierno de Morelos nunca recogía la basura. Y a ninguno le hicieron el menor caso.

Como no se lo están haciendo hoy, con todo y el socavón, con todo y los muertos, a quienes dicen que un muro se ha enchuecado, que hay una grieta, que su casa se está hundiendo. Más bien al revés: hay un video filmado por los vecinos  donde se ve con perfecta claridad cómo están haciendo los arreglos, y de plano, da vergüenza: de nuevo detener con tablitas, de nuevo no entubar el río, de nuevo rellenar con tierra.

En un articulo reciente el periodista Juan Pablo Becerra Acosta hace un análisis de la violencia en nuestro país y concluye: “Tal vez tenemos un violentísimo, despiadado, monstruoso e indómito gen sicario”.

Yo me pregunto si no tendremos también un violentísimo, monstruoso, imposible de erradicar gen de corrupción, de negligencia, de valemadrismo.

Google News