Fue en una de esas combis que cubrían la Ruta del Metro Normal al Gigante que estaba en Molière (hoy es un Soriana). Regresábamos del trabajo, serían como las tres y media de una tarde de hace 32 o 33 años. El conductor, un jovencito de unos 20 o 21 años, era un rara avis. Su camisa blanca era lo único que lo asemejaba a sus compañeros conductores de esa ruta, pero él no nos decía “carnal”, en ningún momento nos tuteó, no estaba malencarado ni conducía como loco tratando de ganarle el pasaje a sus compañeros. Incluso sonreía al dar la bienvenida o al despedir a un pasajero.

Tomó su ruta normal por Laguna de Términos y pasando Marina Nacional una viejecita se bajó de la banqueta intempestivamente, el conductor frenó bruscamente justo antes de embestir a la señora.

—¿Todos bien?— nos preguntó. Todos contestamos que sí y estaba a punto de retomar su camino cuando se le acercó un gigantesco gordo malencarado, era el conductor de un Grand Marquis negro que venía atrás de la combi. 
—¿Por qué te frenas de repente p%$%ndejo?— le increpó.

El chico amablemente se disculpó y serenamente le explicó la súbita aparición de la viejecita en su trayecto.


—No te hagas p$%&ndejo, si todos ustedes manejan como animales. ¡Bájate, bájate que te voy a dar una ch$%ga!—, vociferó el gordo.  
—No le hagas caso muchacho— le ordenó una señora de rebozo que viajaba con su comadre. 
—¡Sí, ya vámonos chofer, ni lo peles— secundó un ñerito que se acababa de subir.

El gordo seguía retando a gritos al chofer, incluso le abrió la portezuela, pero éste seguía respondiendo que no había pasado nada y que a golpes no iban a arreglar gran cosa.


—Sí, bájate chofer— dijo un señor con aspecto de mecánico, sacando de su morral un trozo de tubo galvanizado. 
—Yo te hago el paro y ahorita le partimos su mandarina en gajos—.

El chofer no contestó, cerró su puerta y, aprovechando que el vociferante malandrín dio un paso atrás, se arrancó.

El energúmeno subió a su auto y de un acelerón se pegó lo que más pudo a la combi y accionaba continuamente el cláxon.

El chico siguió conduciendo sin prisa como lo había hecho todo el trayecto, mientras comentaba que no era el momento de razonar con el iracundo sujeto, ya que el enojo lo tenía cegado.

Dio vuelta en Tonantzin. Se detuvo justo a la mitad de la calle, ahí era su base de regreso. Ahí estaban 15 o 20 combis esperando turno. Descendió, no sin antes pedirnos que lo esperáramos, que en un minuto nos acercaría un poco más al Metro Normal (mismo que estaba a la vuelta).

Claro que lo íbamos a esperar, primero no le habíamos pagado y segundo no nos queríamos perder el desenlace de la historia.


—Ahora sí señor— le dijo con voz tranquila al gordo (quien seguía en su auto).
—Bájese y vamos a arreglar esto—.

Los 15 o 20 compañeros del conductor se acercaron solidariamente con cara de pocos amigos. El gordo tragó saliva.


—Sí, pártanale su ma%&e—, dijo la comadre de la señora del rebozo. 
—Duro con él—, animó el ñerito. 
—¡Dale una lección!—, sugirió un señor de saco y corbata que no había intervenido hasta ese momento; el mecánico volvió a sacar el tubo que ya había guardado.

El chico le dijo serenamente al gordo: “La violencia no conduce a nada señor, se lo aseguro, si usted considera que le debo una disculpa se la vuelvo a ofrecer. Si quiere que nos golpeemos, con gusto, pero creáme, los golpes no arreglan nada”.

Se subió a su combi, dejó el paso libre y el Grand Marquis pasó lentamente a nuestro lado. El gordo iba apenado, con la cola entre las patas. Fiel a su palabra, el conductor nos acercó más a la estación del metro. Le pagamos y nos bajamos.

En la base de esas combis que cubrían la Ruta de Metro Normal al Gigante de Molière, se cumplió la petición del hombre de saco y corbata: el gordo recibió una lección (y todos los presentes también). No siempre todos los Goliats ganan, por muy gigantes que sean. A veces, hay por ahí, un pequeño David que triunfa y no necesariamente con la violencia. La vida da muchas vueltas y a veces, cuando crees que puedes hacer tu santa voluntad, las circunstancias dan un giro y te encuentras, como el gordo del Grand Marquis, en una situación difícil de superar. Bueno… eso digo yo.

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