Vaya que este 2020 será un año largo, muy largo. A pesar de que ya entró oficialmente la estación de la primavera, nosotros seguimos helados por el frío  impacto de esta pandemia que tiene asolado a casi todo el planeta Tierra. Si acaso logramos dormir, es por el cansancio que nos hace sentir el peso de cargar con tanta información, cierta o falsa, pero que nos satura de una manera muy peculiar. Nos despertamos con la más breve y efímera ilusión de pensar que ha sido tan solo un mal sueño, pero la realidad nos sacude de nuevo y el día que recién inicia nos abraza con la ausencia de aquellos abrazos tan deseados y con el ineludible temor a lo que pueda venir.

Pero desafortunadamente hay certezas, como la de saber que el Covid 19 no es un peligro lejano, la enfermedad ya está haciendo de las suyas en nuestro país y sus altos riesgos de contagio y propagación nos obligan a guardarnos en casa, buscando reducir su impacto, que entre tanta información, pareciera no atinamos a dimensionar. Lo primero es y será atender la prioridad de cuidar la salud y la vida misma; lo segundo resulta saber que ya esta generando muchos otros daños colaterales en otros campos distintos a la salud. De ahí, se deriva la nueva certeza de que no es ningún secreto que habremos de enfrentar una crisis económica en la que se vislumbra una recesión, ya que eventos como la baja del precio del petróleo por la diferencia de estrategia entre Arabia Saudita y Rusia, la cual afecta de manera sustancial los ingresos esperados para este año en el presupuesto federal, así como la volatilidad de los mercados financieros en el mundo apunta a ello y el panorama resulta para nada prometedor.

Sin embargo, hay quienes jamás han enfrentado una crisis de grandes dimensiones y hacerlo se convertirá en una enorme lección de vida. Todos estamos inmersos en un proceso de aprendizaje y de supervivencia que nos invita pensar y razonar como lo hemos dejado de hacer desde que la tecnología nos fue efectivamente distanciando de lo más cercano. A pesar de tener el teléfono o el dispositivo a mano, debemos realizar otras múltiples actividades en familia para poder transitar el tiempo que la pandemia nos exija. Estoy cierto que, como ocurrió cuando el terror se apoderó del mundo aquel 11 de septiembre de 2001 con la destrucción de las torres gemelas en New York, las cosas cambiaron dramáticamente en muchos aspectos, así cambiarán en el transcurso de este largo 2020.

En la añoranza de los abrazos y en la invaluable oportunidad de estar conviviendo en condiciones especiales, tenemos que hacer gala de la templanza y la paciencia, de la responsabilidad colectiva y de la sensatez para mantener abrigada la esperanza de que las cosas se recuperen pronto con el menor dolor posible. Es entonces que en algún momento del día, en lugar de pensar solo en la realidad de hoy, yo me zambullo en el recuerdo de infancia, de momentos y circunstancias que por simples, hoy serían de un enorme valor. Tal era el caso cuando mi madre, supongo nos quería mantener entretenidos en el patio de la casa familiar, conseguía un cucurucho de periódico repleto de algo. Ocasionalmente eran piñones de la sierra queretana y nos permitía a los pequeños de la casa pelarlos a base de golpes certeros de un objeto como un envase o un martillo y comerlos de uno por uno. Eran una delicia poco frecuente, pero siempre ese cucurucho contenía un tesoro que nos gustaba de manera especial.

Hoy todos necesitamos un cucurucho de papel, repleto de aquellas cosas que nos ayuden a enfrentar el temor y vencer el miedo de un presente incierto y de un futuro impredecible. Tal vez nos venga bien entender que en nuestra fragilidad, logremos que se formen mejores seres humanos, y podamos entregar quienes estamos en casa, cada día uno repleto de gratitud a todos y cada uno quienes trabajan en el ámbito de la salud y están enfrentando y combatiendo a ese enemigo invisible a simple vista. Cuídense mucho absolutamente todos, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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