Esta semana marca un año de que empezaron las restricciones de movilidad en y entre países alrededor del mundo frente a la pandemia de Covid-19, que empezaba a dejar estragos en nuestras sociedades. Se cerraron tiendas y restaurantes, se suspendieron actividades escolares y se cancelaron vuelos alrededor del mundo, empezando justo esta semana hace un año (aunque no todo al mismo tiempo en todos lados).

El primer dato, y el más importante, es que han muerto más de 2.6 millones de personas como resultado de Covid-19, un número casi inimaginable. Estados Unidos sigue a la cabeza de las lista de mortalidad, con más de medio millón de fallecidos, pero le siguen Brasil y México en las posiciones dos y tres, con 270 mil y 192 mil, respectivamente.

Si bien esos son números gigantescos, los casos más importantes para cada uno de nosotros son los que nos han tocado en carne propia, familiares y amigos y colegas que han fallecido en estos meses a causa del coronavirus; seres queridos que estarían con nosotros si no fuera por este mal que dio vuelta al mundo. Y muchos más han padecido casos serios de Covid-19 y experimentado el terror de no saber si sobrevivirían y las secuelas que muchas veces deja el virus.

Pero ha habido otros daños. La economía mundial bajó más de 4 por ciento en 2020 y la economía mexicana más de 9 por ciento. Esto gestó un golpe masivo, sobre todo a los que menos tenían. Son trabajos e ingresos perdidos, negocios en bancarrota, sueños liquidados. Son golpes de los cuales no siempre se puede recuperar fácilmente, ni siquiera cuando la economía se eche andar de nuevo.

Y este año también ha sido especialmente duro para niños y jóvenes escolares y universitarios, que han tenido que estudiar desde sus casas, y a los padres de familia que tienen que tomar el lugar de los maestros para enseñar a sus hijos, especialmente a los más pequeños. Algunos de los rezagos de este año escolar dificultarán el proceso de aprendizaje el año que entra. Y para adolescentes y preadolescentes, el periodo sin socializar ha sido especialmente difícil. Y todos hemos sufrido la ausencia de nuestros familiares y amigos a quienes no hemos podido visitar.

Con todo y estas pérdidas —y son muchas y mucho más personales de lo que se puede cuantificar— también ha habido algunos logros. Hemos sobrevivido este año, como sea, y mostrado que tenemos la capacidad para adaptarnos y seguir adelante, aún en medio de la adversidad. Cuando no hemos podido ver a los amigos y familiares que están más lejos, hemos pasado más tiempo con los que tenemos cerca y los que están en nuestra casa. Con todas las dificultades y sufrimientos de este año, agradezco el tiempo con mis hijos que quizás no habría visto tanto si estuviera en mi ritmo normal de movimiento entre casa y trabajo.

Y la economía no ha colapsado por completo, y ahora en 2021 muestra signos de revivir. Mucho depende de qué tan rápido lleguen las vacunas, para poder volver el funcionamiento de la economía a la normalidad, pero todo apunta a que saldremos de este hoyo en algún momento de este año.

Y hay que reconocer que la acción rápida de los gobiernos y el compromiso de la gente de usar tapabocas en público y ajustar sus desplazamientos salvó millones de vidas. Y se inventaron y produjeron las vacunas en tiempo récord para hacer frente al Covid-19, un esfuerzo conjunto de científicos, sector privado y gobiernos.

Este año ha sido histórico en todos los sentidos —en las pérdidas y el sufrimiento, en la supervivencia y la capacidad de adaptar e inventar soluciones. Recordaremos para siempre este periodo, cómo vivimos, lo que perdimos, lo que ganamos, cómo cambiamos. Todavía queda un tramo para salir de este periodo y regresar a la normalidad, pero en este momento, que cumplimos el año de que entendimos la gravedad de lo que nos había llegado, es un buen momento para tomar un balance de estas transformaciones, de llorar, de abrazarnos, de recordar y, al final, de poner nuestras miradas hacia el futuro.

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