“America First”. Estados Unidos primero. Luego los demás. Y luego, lo demás. Esto define uno de los pilares discursivos que mejor conectan a Trump con su base. Es sobre esta concepción que el presidente ha elegido desconocer los hallazgos de la CIA que inculpan de manera directa al príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, por el asesinato del periodista Khashoggi en el consulado de Riad en Estambul y privilegiar, en cambio, sus buenas relaciones con Arabia Saudita. Contra esta idea, hoy parece estar brincando toda clase de actores en Estados Unidos, incluidos varios legisladores republicanos. Sin embargo, ¿son realmente las consideraciones morales las que mueven la política exterior de una superpotencia? ¿Washington, hasta antes de Trump, basaba sus decisiones en los ideales democrático-liberales?

La respuesta es negativa. Tanto a lo largo de la historia como en la actualidad, podemos observar alianzas muy cercanas, así como transacciones económicas y comerciales de las llamadas democracias liberales con todo tipo de regímenes, varios de los más autoritarios o señalados por sus antecedentes de violaciones a derechos humanos. Pero entonces, ¿en qué se diferencia el caso Khashoggi? ¿Por qué su historia parece tener más impacto que otros hechos similares de asesinatos o violaciones a derechos humanos?

Una hipótesis, quizás la más evidente, tiene que ver con la visibilidad que el caso adquiere, visibilidad que es potenciada gracias a un inteligente manejo de la comunicación por parte de Turquía, quien se ha encargado de ir dosificando las filtraciones de manera que el tema se mantenga con vida en los medios. Esta visibilidad consigue, como lo explica Max Fisher en el New York Times, contar una historia, una que no es la única existente, pero que es muy poderosa, que se convierte en un drama con un protagonista y un antagonista con sus cómplices, lo que atrae a los medios y termina conmoviendo a una opinión pública que apenas ahora demanda castigo. En otras palabras, se puede entender perfectamente el por qué los políticos republicanos hoy con el caso Khashoggi estén saltando como no lo han hecho bajo otras circunstancias.

Pero se puede también entender por qué el establishment en Washington hará todo por conservar su alianza con el reino saudí lo menos dañada posible. En juego están no solamente los contratos de armas, los precios del petróleo o la eficacia de las sanciones contra Irán, sino el mismo pilar de su política para Medio Oriente y Asia Central. Estos son factores que los saudíes entienden bien. Tan inmune se siente Arabia Saudita que el rey Salman no duda en expresar abiertamente todo su respaldo a su hijo, respaldo que orilla a la Casa Blanca a elegir entre enfrentar directamente al monarca y poner en riesgo su alianza estratégica con Riad, o darle la vuelta como lo hace Trump, declarando que la CIA solo se basa en “corazonadas”.

En suma, dada la flagrancia del caso, quizás podríamos aventurarnos a decir que algún otro presidente estadounidense podría haber respondido distinto ante esta crisis. Pero esa hipótesis se mantiene solo en el campo especulativo. Lo que sí sabemos gracias a incontables datos y hechos de la historia y del presente, es que tanto EU como muchas otras potencias toman sus decisiones a partir de lo que ellas entienden como sus intereses y sus agendas, no a partir de consideraciones morales o la preocupación por los derechos humanos como la libertad de expresión. Lo que tiene Trump es el descaro de reconocerlo sin la menor vergüenza. Pero no nos equivoquemos, no está solo.

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