Donald Trump es visto como enemigo de la nación: insulta; desprecia; amenaza a los mexicanos, en general, y a los que viven allá, en particular. Los ha llamado “delincuentes” e, incluso, “animales”. De ahí, el elevado costo político que pagó EPN al recibirlo cuando era, apenas, candidato, como si fuera jefe de Estado. Luis Videgaray, autor de la idea, tuvo que renunciar ante el repudio que eso generó. Si bien pudo regresar al gabinete cuando Trump finalmente ganó (como si eso borrara el agravio), el costo político no fue enmendado. La política conciliatoria del gobierno mexicano hacia el energúmeno del norte le generó fuertes críticas; se dijo que era humillante y servil, y que con tipos como Trump hacía falta tener una posición más enérgica, pues el empresario respeta a quienes no se dejan, mientras que desprecia y abusa de quienes se muestran débiles.

López Obrador mantuvo, como candidato, una posición igualmente conciliadora hacia Trump. Y cuando se le preguntaba qué política seguiría con él, siempre dijo que lo convencería de que convenía a ambos países llevar una relación de respeto y amistad. Cuando Trump elevó algunos aranceles a México, incluso Peña subió de tono, los candidatos presidenciales hicieron duros señalamientos contra el presidente norteamiricano, pero AMLO mantuvo su discurso suave y conciliador. Así de seguro parece de su política de appeasement hacia Trump. Cuando en 2017 el secretario de seguridad de Trump, John Kelly, se expresó con alarma sobre la eventualidad de “un gobierno antiestadounidense y de izquierda” en la frontera sur, López Obrador lo interpretó como una conjura más del gobierno norteamericano con el de México. No podía concebir que ésa fuera una expresión propia del funcionario, o incluso de todo el gobierno de Trump, sin mediar un complot bilateral en su contra (moros con tranchete).

Por cierto, muchos de quienes sostenían que AMLO jamás llegaría al poder, incluían la variable de que Estados Unidos jamás lo permitiría, bajo la perenne tesis de que ellos deciden todos los acontecimientos que suceden en México. Ya se vio que no. Pero la teoría conspirativa no termina ahí, si Estados Unidos permitió el triunfo de AMLO es porque le conviene. “Seguro es un pretexto para golpear con mayor razón a México y preservar su apoyo electoral interno”; o quizá “somos una ficha más del tablero internacional que le permitirá a Trump confrontar a sus múltiples enemigos con más eficacia”.

A su triunfo, López Obrador recibió un excelente trato de parte de Trump. Dicha relación inició con una luna de miel que, paradójicamente, ha durado más que la existente entre AMLO y varias instituciones y medios de comunicación de México. Por ahora, López Obrador no ve a Trump como parte de una de las múltiples conspiraciones que percibe hasta debajo de su almohada.

En su carta a Trump, AMLO equiparó su gesta nacional con la del norteamericano, avalándola, implícitamente, como una sana transformación (incluida su detestable política migratoria, con niños enjaulados y todo). Vergonzoso.

El doble rasero vuelve a operar (y será la constante en ese gobierno): lo que era repudiable en otros, en AMLO se justifica a plenitud. La respuesta de Trump, por otro lado, indica que mantiene sus elevadas pretensiones: construcción del muro, que México detenga a los migrantes centroamericanos en su frontera sur, un tratado comercial pronto y favorable a Estados Unidos.

Él sigue calculando las cosas para la elección de noviembre. Su respuesta no fue la de un jefe de Estado a otro jefe de Estado —como el que AMLO le dio a Trump en su respectiva misiva— sino la de un patrón a su subalterno.

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