Perder-perder. La detención antier en Chiapas de 330 centroamericanos le dio pie a Trump para tuitear que, conforme a sus exigencias, “después de décadas, México está aprehendiendo a un gran número de personas en su frontera sur”. Esto podría llevarlo a no anunciar pasado mañana en Calexico su también tuiteado cierre de la que llamó “maldita” frontera mexicana. Perder-perder. Muy grave si Trump cierra nuestra frontera, pero muy mal si se abstiene de hacerlo aduciendo que México le cumple deteniendo en nuestro territorio a los centroamericanos camino al norte.

Con un agravante: su solo amago de cerrar la frontera ocasiona ya trastornos en los principales cruces fronterizos, más graves que los provocados en 1969 por la ‘Operación Intercepción’ ordenada por Nixon en el sexenio de Díaz Ordaz. Pero hoy vivimos la era de Trump en el mundo, combinada en México con la era de López Obrador, liderazgos sustentados en pulsiones vindicativas contra enemigos —reales o fabricados— de la nación. Nada nuevo, en este sentido, el cultivo de la excitación antimexicana en EU.

Lo nuevo en México es la actitud del actual gobierno. Por supuesto, nadie en su sano juicio podría siquiera pensar en una respuesta diferente a la inducida al pueblo sabio, ante una pregunta del presidente traducible como si se debía o no de imponer la prudencia al lidiar con la hostilidad y la capacidad destructiva de Trump (Todos con el pueblo sabio). Pero crece en México y en el propio EU la estimación de que ha llegado a su límite la estrategia de evasión del presidente mexicano ante las ofensas y amagos del estadunidense. Incluso podrían llegar a ser imprudentes las trivialidades propias de la falta de lenguaje y de fogueo en la escena internacional, como las de enviarle mensajes de “amor y paz” y de “respeto” a quien maldice nuestra vecindad.

Operación intercepción. Sin experiencia en lances diplomáticos, la todavía nueva administración haría bien en enterarse de las formas históricas de enfrentar la hostilidad del vecino. El manejo mexicano del bloqueo de hace 50 años en el cruce entre las Californias, fue documentado al detalle hacia el final de la investigación de Richard B. Craig: Operación intercepción: una política de presión internacional, publicada en 1980 en The Review of Politics de la Cambridge University. Pero, salvo por el amago del cierre de fronteras, poco de aquel episodio es comparable a la fábrica de ofensas a México de Trump, en fase ahora de sobreproducción por el inicio de su campaña de reelección.

Fin de la operación evasión. En esta nueva fase, pareciera imponerse de este lado el fin de la operación evasión. Mejor sería que el presidente mexicano ignore de plano esos desplantes, pero que un gabinete especializado, más una batería de aliados informativos —políticos, empresarios, académicos del otro lado— desmonten día a día la maquinaria de Trump que coloca a México en la esfera pública estadounidense como la peste a aislar con muros y soldados.

En 1969, el canciller Carrillo Flores fue a alcanzar a su homólogo a Nueva York para que “sepan las autoridades de Estados Unidos” que sus “métodos afectan a la población fronteriza”. El presidente Díaz Ordaz aprovechó la visita de los célebres astronautas Armstrrong, Aldrin y Collins para confiarles (frente a su cauda de la prensa mundial) que un error burocrático de su gobierno había “levantado un muro de sospecha entre nuestros dos países”. Y, algo impensable para quienes sólo han sabido de Trump, el presidente Nixon le envió a Díaz Ordaz una carta “muy apenado… por la fricciones” provocadas. Y le dijo que cuando se dio “cuenta de que su gobierno (de DO) consideraba la operación una afrenta el pueblo de México”, ordenó que se redujera hasta su eliminación. Otros tiempos. Los mismos desafíos.

Profesor Derecho de la Información, UNAM

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