A medida que se asimila lo que pasó el 1 de julio se pueden plantear algunas preguntas sobre el significado de los números. Los resultados necesitan interpretaciones. Ya sabemos que hay un mandato ciudadano para resolver el desastre de país, donde cada día vemos cómo se agudiza la violencia, se profundiza la corrupción y se normalizan la impunidad y la desigualdad. ¿Qué significa el resultado electoral? ¿Qué cambios expresa el voto de 2018?

Este año resulta emblemático porque se cumplen 50 años del Movimiento del 68 y 30 años de las elecciones de 1988. Quizá la historia del proceso de este año tenga sus raíces hace medio siglo, como lo señaló Lorenzo Meyer en un artículo reciente (50 años ¿son nada o mucho?). Sin duda, también esta historia nos lleva al movimiento cardenista y al fraude de la sucesión presidencial del 88. Los expedientes que no se resuelven bien dejan pasiones que siguen vivas como si no hubiera pasado medio siglo. Para quien lo dude habrá que preguntarle a Manuel Bartlett por los reclamos de aquella famosa “caída” del sistema. Ensayemos algunas hipótesis sobre el proceso en el que estamos insertos.

Hipótesis 1: ¿Es Morena un nuevo PRI? En contra de las versiones que corren de que el partido que ganó las elecciones es un regreso al PRI de los años 60 y 70, cuando México tenía un partido gobernante hegemónico —cuyo rasgo central era la dirección de la sociedad—, en palabras de Antonio Gramsci. Frente a un resultado tan contundente hay interpretaciones que van de un extremo al otro, unos dicen que Morena será la cuarta versión del PRI; otros afirman que Morena no es un partido, sino un movimiento. Se dice que se trata de la organización de un solo hombre, AMLO. Es muy temprano para saber cómo será el desempeño de este nuevo partido-movimiento en el poder, pero lo que sí es necesario entender es que la hegemonía del modelo que se inició hace 30 años, bajo el mando de una tecnocracia que insertó al país en las reglas del neoliberalismo, está en crisis y en los próximos años veremos cómo se desarma ese modelo y se reconstruye otro.

Hipótesis 2: ¿Qué queda del sistema de partidos que surgió después de 1988? La derrota del PRI, del PAN y del PRD. Algunos panistas reniegan del Frente que formaron; algunos priistas consideran que pueden caer en la irrelevancia; y los que se quedaron en el PRD lloran su derrota pues están cerca de la desaparición. Esos tres partidos, que se acomodaron en un sistema partidocrático, fueron durante décadas los ganadores de los puestos, los recursos y las complicidades. 7 de cada 10 ciudadanos afirman que esos partidos legislan y gobiernan sólo para sus intereses. El voto del 1 de julio fue en contra de esa partidocracia.

Hipótesis 3: ¿El 1 de julio resuelve la desconfianza y el desencanto? A pesar de que la ciudadanía se define como desencantada de la política, la autoridad y los partidos; en la elección pasada se apropió del voto, y decidió que ya no quería más de lo mismo: más partidocracia excluyente. No es que haya cambiado de la noche a la mañana el hartazgo ciudadano, sino que los votos fueron un manotazo fuerte en la mesa para que cambiar el juego. La crisis del país nos lleva en 2018 a un sistema de partido dominante, aunque quizá muy pronto regresaremos a niveles altos de competencia. Sin partidos, competencia y elecciones institucionalizadas no puede haber democracia, pero urge cambiar el modelo electoral para deshacer la partidocracia y terminar la captura institucional.

Una idea que vincula las tres hipótesis y ayuda a entender el futuro próximo que ya está por llegar es la afirmación de Moisés Naím: “Ahora, el poder es más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”.

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