Cada año, intento sustraerme al ruido que genera la multitud de voces que llaman desde distintas trincheras mediáticas a realizar donativos para la causa del Teletón. También cada año me acerco inevitablemente a la televisión, con la esperanza de verificar que ha ocurrido un cambio positivo: que ya no hay imágenes lastimeras de los niños y las niñas mexicanas con discapacidad, para turbar la conciencia de culpa social y que, entonces, nos desprendamos de unos cuantos pesos; que ya no se comercializa con el dolor de las familias históricamente olvidadas por el Estado; que ya no se realiza un circo de música y humor de dudosa calidad, con la pretensión de mover a la gente a desprenderse de lo que tiene para apoyar una causa que debería ser responsabilidad del Estado atender.

Y cada año me vuelvo a decepcionar: ahí están las estrellas de la televisión con el desconocimiento de las maneras correctas de nombrar y proteger la dignidad de las personas con discapacidad; las y los representantes de los medios predispuestos a la lágrima fácil, dado que su incursión en el mundo de la discapacidad es sólo superficial e intermitente; y, en el centro, el sufrimiento de quienes viven la discapacidad –ya sea en primera persona o en un familiar–, suplicando por un peso más para completar la meta.

Este año, me acerqué a la transmisión del Teletón en tres momentos, que me parece pueden ser abstraídos como tres postales que revelan el hilo argumental que sustenta a este espectáculo.

Al inicio del Teletón, la primera postal: uno de los presentadores nos regaña por creer que los grandes problemas nacionales como Ayotzinapa no nos debe distraer de lo fundamental, que es ayudar a los niños con discapacidad. Incluso, él señala que la suya es una intervención ciudadana. Yo le preguntaría al señor en qué medida podemos disociar el tema de la discapacidad de los grandes problemas nacionales si ambos son manifestaciones de la injusticia, y para que ésta exista se necesita de medios de comunicación cómplices, que no den voz a las víctimas de la desigualdad.

La segunda postal ocurrió a la mitad del evento, justo cuando apareció una actriz que ya se había revelado como futura esposa del gobernador de Chiapas. Con el llanto en los ojos, acudió a dar un donativo a nombre de la entidad donde ahora reside y donde se dedica a hacer obras de caridad. Esos fueron los términos exactos de su postura: la caridad, no la justicia ni el deseo de elevar la calidad de vida de las poblaciones más pobres y en quienes se depositan las formas agravadas de la discriminación –por ser indígenas, con discapacidad y mujeres, por ejemplo-.

Nada de eso se dijo: el guión del evento se dedicó a exaltar las virtudes de una mujer privilegiada, que renunció a su carrera como actriz para apoyar a su esposo en sus proyectos políticos y causas sociales. Y a ella, se le admira por tomar la posición que la política machista y misógina siempre ha reservado para las mujeres: la de la misión de caridad, la de acallar el llanto de los pobres, promocionando con su presencia discreta el liderazgo político del hombre a quien acompañan un paso atrás. En este discurso, por supuesto, también los niños y niñas con discapacidad pasan a segundo plano, mientras que toma protagonismo el sacrificio de la actriz que siente la autoridad de quien será Primera Dama en un futuro no muy distante.

La tercera postal es, sin duda, la más indignante: casi al final del espectáculo, el conductor anuncia que falta aún mucho para conseguir el dinero necesario, y de pronto la música desaparece para dar la palabra a un niño con discapacidad. Sin nada que distraiga nuestra atención, el niño –con palabras de adulto y no de niño– rompe en llanto diciendo que hay gente mala que dice que Teletón se roba el dinero, y su presencia en ese escenario, después de un proceso de rehabilitación arduo, es una muestra de lo contrario.

¿Por qué por primera vez a lo largo del evento televisivo se da la palabra a una persona con discapacidad, sin la mediación de un conductor, y es sólo para negar una acusación que no está dirigida contra ella? La causa de la discapacidad es relevante –parece decirnos el guión de este espectáculo televisivo– sólo cuando otros se esconden tras de ella para continuar con la inercia del asistencialismo, la caridad y la falta de enfocar el problema como un asunto de justicia y derechos humanos.

Quienes conocen mi historia personal y mi trayectoria política saben que éstas han sido tocadas por la presencia de muchas personas valientes y autónomas con discapacidad, quienes nunca han aceptado que se las trate como víctimas o se las exhiba como sujetos de caridad o conmiseración. No carezco de la empatía para identificarme con la lucha de las personas con discapacidad, con el sufrimiento de las familias frente a la falta de justicia, con la indignación causada por la multiplicación de la burocracia que separa a los niños y niñas del acceso a derechos y la calidad de vida.

Pero no se trata de una forma personal de enfocar a la discapacidad, sino de una manera de entender a la justicia que toma distancia de la sumisión, la exposición miserabilista de la vulnerabilidad y, también, de la falta de responsabilidad del Estado para tutelar derechos.

Por eso es que estas tres postales de Teletón nos revelan el guión de un espectáculo televisivo en el que no pueden aparecer las personas con discapacidad en toda su complejidad y anhelos de justicia. Por cada niño o niña a quien se da voz de esa manera tan lacerante a su dignidad, muchos y muchas permanecen ajenos a los servicios del Teletón.

Y, peor aún, todo ese espectáculo mediático tranquiliza nuestra conciencia, haciéndonos pensar que ya hemos hecho todo por los niños y niñas con discapacidad, cuando en realidad todo está por hacerse, pero en los términos verdaderamente relevantes de la justicia y el acceso a derechos y oportunidades.

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