Hoy se cumplen tres años de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador. Los alcances que ha tenido su gestión sorprenden, incluso, a los más escépticos. Destaca, sin duda, su talante autoritario, su afán por regresar al México de los años setenta y la necedad por imponer su visión del mundo como única.

Estamos acostumbrados a las crisis recurrentes, la violencia, la corrupción y los malos gobiernos ¿por qué deberíamos sorprendernos?

Porque a tres años de su llegada al poder el país se cae a pedazos; porque si algo ha quedado claro es que la lealtad a ciegas sólo sirve para mantener contento a un líder cada vez más ensimismado y alejado de quienes lo acompañaron, desde diversas trincheras, en su obsesión ciega por el poder.

Esto, sin duda, es producto de mis prejuicios. ¿Quién pensaría en un país cayéndose a pedazos con un presidente que tiene un porcentaje de aprobación del 62%?

Los datos hablan por sí mismos; más aún, son sus principales banderas las que ponen en evidencia su más rotundo fracaso. La consigna de “primero los pobres” ha sido clara; han sido los primeros en sufrir las consecuencias. Las personas en situación de pobreza aumentaron en 3.8 millones con respecto a 2018, con un incremento de 2.1 millones entre quienes se ubican en pobreza extrema, mismos que llegan ahora a los 10.8 millones (Coneval). Pero el presidente no es excluyente, en su cruzada transformadora también ha golpeado a uno de los sectores que más lo han respaldado, la aspiracionista clase media de la que, entre 2018 y 2020, salieron más de 6.2 millones de personas (Inegi) y no precisamente para incorporarse a los sectores privilegiados.

Sin duda no se puede excluir el impacto de la pandemia en el desastre económico, sin embargo, su manejo es claramente responsabilidad de este gobierno; así hemos llegado a ocupar el cuarto lugar de muertes por Covid-19 a nivel mundial. En cifras oficiales los decesos alcanzan 293 mil 950; considerando el exceso de mortalidad esta cifra podría llegar a los 600 mil. En el desmantelamiento del sistema de salud podemos también incluir la escasez de medicamentos. 2021 terminará como el año con mayor desabasto de medicamentos; tan sólo en el IMSS, se han documentado alrededor de 16 millones de recetas no surtidas.

Podríamos también sumar su obsesión por dinamitar las instituciones democráticas que, por cierto, le permitieron llegar al poder; la violencia en niveles históricos —más de 100 mil homicidios dolosos en tres años—, la militarización y la participación cada vez más recurrente del Ejército en tareas civiles, los embates contra la prensa y las universidades, el desprecio por la ciencia y el conocimiento, el circo de la “ratificación” de mandato, los escándalos de corrupción y, como cereza del pastel, el “decretazo” que evidencia, una vez más, el desprecio absoluto a la legalidad y la transparencia.

Tenemos un presidente que se esfuerza cada mañana por superarse a sí mismo. La imagen más emblemática será la concentración a la que ha convocado para homenajearlo, donde el cubrebocas no será obligatorio mientras el mundo enfrenta la cuarta ola de Covid y una nueva variante cuyos efectos aún desconocemos. Una imagen lo dice todo; la imagen que veremos hoy en el zócalo de la CDMX es la de un Presidente obnubilado, cegado por el poder y claramente incapaz de enfrentar la realidad en la que su gobierno nos ha sumido.

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