El pasado 1º de diciembre, se realizó el cambio de presidente de la República.

Después de tres intentos por conquistar la máxima magistratura del Estado Mexicano, Andrés Manuel López Obrador encabeza el gobierno federal.

Dicho acontecimiento marca un parteaguas en la historia política moderna de México, pues después de que gobiernos identificados con la derecha gobernaran por más de 30 años, hoy se vive la alternancia hacia un gobierno de izquierda, y no solo en el Ejecutivo Federal, sino también en amplia mayoría del Congreso.

En su discurso de toma de posesión, el ahora titular del Poder Ejecutivo dirigió gran parte de su mensaje en contra del neoliberalismo. Adjudicó a los gobiernos anteriores, que aplicaron esa política económica, los errores que mantienen al país en la situación actual y rechazó categóricamente las llamadas reformas estructurales, enfatizando que dará marcha atrás con ellas.

Asimismo, desde su periodo como candidato, ha manifestado que el modelo económico que pretende aplicar, se sustenta en el Desarrollo Estabilizador, que estuvo vigente en los sexenios de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz; apuntando que, durante ese tiempo, el crecimiento del país osciló el 6% anual, mientras que en los periodos neoliberales, con trabajos se alcanzó el 2%.

La comparación es enfática, y a simple vista parece irrebatible; sin embargo, algo que no debemos pasar de lado, es que el contexto económico mundial y el movimiento de los mercados en la actualidad, no son siquiera equivalentes a los que México vivió en esa época.

Solo por mencionar 2 aspectos.

Hoy nos enfrentamos a una economía globalizada, donde la interacción de los mercados es tal, que un movimiento en falso en un cierto punto del orbe, puede crear consecuencias desastrosas en otras naciones; así como el mercado de capitales, donde el intercambio de bienes y servicios se sustituye por la compraventa de títulos valor o representativos de moneda circulante; por mencionar solo algunos ejemplos.

En este contexto, corremos el riesgo de que las bondades del Desarrollo Estabilizador sean demasiado anacrónicas para la realidad en que nos encontramos o demasiado ingenuas para la ferocidad del capitalismo.

Por ello, en mi opinión, la transición en el gobierno no debe representar un corte en seco a la política económica, sino que debe ser materia de una operación cuidadosa y precavida, con cambios paulatinos y de largo alcance.

Si bien es cierto, el modelo neoliberal tiene vicios y deficiencias, lo cierto es que ha respondido eficazmente a la dinámica económica mundial.

En ese contexto, tal vez valga la pena reflexionar sobre el tema y ajustar aquello que no funcione, pero preservar lo que ha mantenido la estabilidad, pues no hay nada más riesgoso que la radicalización; incluso con fines positivos.

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