Quizás el poeta español Benjamín Prado tenía razón cuando en su novela Raro, publicada en 1995, sentenció: “Todo el mundo tiene más recuerdos de los que necesita”, cuya portada del libro era una fotografía de Kurt Cobain, líder de la banda de rock, en pleno momento de angustia existencial.

Era abril de 1994. Era sábado quizá. No me reponía aun de los efectos de la desvelada de la noche anterior cuando mi madre interrumpió mi aturdimiento juvenil con las siguientes palabras: “Se murió tu ídolo, el de Nirvana” y las palabras retumbaron en mi aturdida cabeza.

Mi primera reacción fue negarlo, que era información vieja y que solo había sido una sobredosis en marzo en su gira europea pero que Kurt ya estaba bien e incluso había brindado con una malteada de fresa. Eran otros tiempos donde la información no corría a la velocidad de hoy, era la prehistoria digital. Mis fuentes de información eran las escasas revistas especializadas sobre rock que llegaban a Querétaro. Ni tuits ni hashtags que hicieran circular instantáneamente la información, solo la televisión y los periódicos nos mantenían al tanto. Lo más inmediato era la radio.

Horas después confirmaría la noticia y una especie de extraña tristeza me nubló. Kurt Cobain se había suicidado el 5 de abril en su casa en Seattle y su cuerpo fue encontrado por un electricista tres días después. Lo que hice fue cambiarle las pilas a mi walkman y escuchar mi cassette, ya gastado de tanto escucharlo, de Nevermind, segundo disco de Nirvana, el cual los lanzó a la fama.

En medio de la vorágine que significó el año de 1994, que incluyó el inicio del Tratado de Libre Comercio, la rebelión neozapatista, los asesinatos de los políticos Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu, para concluir con un error de diciembre que provocaría la mayor crisis económica de México, el suicidio de un rockero grunge llamado Kurt Cobain parece algo irrelevante en cualquier recuento de un cuarto de siglo de aquel año.

Sin embargo, el impacto que tuvo en su momento es para analizarse, como bien señaló Jonathan Freedland en el libro de ensayos “El expediente Cobain”, quien reconoce que su muerte parece ser algo tan trivial que no causa ninguna extrañeza.

Pero, afirmó Freedland en 1999, para los 7 mil asistentes a su homenaje y para los millones que compraron un disco de Nirvana, “su vida y su música son un fenómeno mucho más complejo, más desgarrado por las tensiones que lo que pretendían mostrar los panegíricos que lo reducían al papel de portavoz de una juventud enajenada. Sus 27 años de vida involucran paradojas y confusiones que difícilmente encajan en la visión ortodoxa sobre la Generación X, pero al fin y al cabo reflejan la naturaleza de los veinteañeros de hoy y, quizá de los Estados Unidos, actuales”.

El pasado sábado, día del Record Store Day, dedicado a la venta de discos de vinil, decidí comprar de nueva cuenta el CD de Nevermind de Nirvana y es aquí donde una segunda frase de la novela Raro de Prado encaja a la perfección: “Todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido. Hay canciones que vuelven muchos años después para rompernos el corazón”.

Periodista y sociólogo. @viloja

Google News