La Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco y la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” son dos lugares que nos evocan indignación. Aunque los separan más de 250 km de distancia, entre el norte de la Ciudad de México y el estado de Guerrero, respectivamente, existe cercanía simbólica entre ambos lugares.

Hablar y mencionar el 2 de octubre de 1968, o la noche del 26 de septiembre de 2014, implican recordar agresiones del Ejército. Complicidad del Estado. Heridas abiertas de la sociedad mexicana. Impunidad. Represión. Memoria histórica. Manifestaciones. Exigencia. Indignación…

Tlatelolco y Ayotzinapa, Ayotzi, son los cruces de la indignación. Lugares y episodios donde se mató o desapareció a jóvenes estudiantes con un compromiso social a prueba de todo. Se atacó y agredió a la sociedad y la educación pública. Es momento de dimensionar la importancia del movimiento del 68 y la noche del 26 de septiembre de 2014.

Más allá de personalizar y enfocar insultos o molestia contra las figuras de Gustavo Díaz Ordaz y Enrique Peña Nieto, políticos priistas que, en cada episodio, tenían la investidura presidencial, la indignación debe ir contra el sistema político-económico que hizo posible ambas agresiones.

Nos corresponde como sociedad, organizarnos y exigir colectivamente el término de la impunidad alrededor de la masacre del 2 de octubre de 1968, y la desaparición forzada de 43 estudiantes la noche del 26 de septiembre de 2014. De recordarle a los diferentes niveles de gobierno e integrantes de las élites políticas, que los mexicanos estamos hartos y no aguantaremos otra agresión similar.

La matanza ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en 1968, y la agresión contra los estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero, en 2014, son dos pruebas del desprecio de gobiernos priistas hacia movimientos estudiantiles y los jóvenes. De que no les ha interesado respetar sus exigencias ni sus derechos humanos.

Ambos hechos también son una intersección que nos recuerda el papel de la mayoría de la prensa del país, que en momentos como éstos prefiere inclinarse hacia el lado oficial. Tanto el 68 como Ayotzinapa nos mostraron cómo la mayoría de los medios evadió su responsabilidad de indagar a profundidad los hechos, e incluso no dar voz a los familiares de las víctimas o querer ocultar la magnitud de lo sucedido.

El derecho a la información de los mexicanos fue limitado por distintos intereses y factores. Por la falta de cobertura y de responsabilidad social de los medios en México durante los días que siguieron al 2 de octubre de 1968, fue que nos ganamos el calificativo de “prensa vendida”.

El libro Nación TV, de Fabrizio Mejía Madrid, relata cómo el monopolio televisivo de entonces menospreciaba las voces que iban contra el statu quo e impedía que éstas se conocieran.

Hablar y recordar el 2 de octubre de 1968 y la noche del 26 de septiembre de 2014 son acciones que enfatizan la exigencia y la responsabilidad que está sobre los hombros del gobierno federal electo. Le corresponde cumplir su palabra y resolver la injusticia y la impunidad de lo ocurrido en Ayotzinapa.

Tlatelolco y Ayotzi, como cruces de la indignación, nos señalan que las comunidades académicas de las universidades públicas debemos estar organizadas y unidas, hoy más que nunca. Poner un alto a los excesos y agresiones del Estado. Fortalecer la memoria histórica.

Amable lector, lectora, ¿usted qué va a hacer la tarde de este próximo martes 2 de octubre? Decenas de profesores y estudiantes de las universidades públicas de Querétaro marcharemos de la explanada de Rectoría hacia Plaza de Armas, para recordar a los estudiantes que fueron víctimas hace 50 años en la Plaza de las Tres Culturas, y para decirle al gobierno, con voz fuerte y convicción: “Ni uno más”.

¿Nos acompaña? Los jóvenes estudiantes y nuestros descendientes nos lo agradecerán.

¡Feliz domingo!

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