Tierra, techo y trabajo para todos, son grandes problemas y desafíos que enfrenta la familia humana. Para tratar de atenderlos es conveniente la participación de todos y escuchar a todos. No podemos pensar que el único camino sea que unos cuantos organicen y dirijan las posibles soluciones.

Por esta razón, el pasado 28 de octubre se llevó a cabo, en Roma, el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, convocado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y diversos movimientos populares del mundo bajo la inspiración del papa Francisco, al cual acudieron líderes de todos los continentes, de diversas religiones e ideologías, de diversas condiciones sociales y culturales, entre ellos, algunos queretanos y mexicanos siguieron con atención este encuentro.

El Papa señaló con claridad que una de las principales causas de los problemas actuales es que “el mundo se ha olvidado de Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque dejó a Dios de lado” (…) “en este sistema se ha sacado al hombre, a la persona humana, del centro y se lo ha reemplazado por otra cosa. Porque se rinde un culto idolátrico al dinero. Porque se ha globalizado la indiferencia: a mí, ¿qué me importa lo que les pasa a otros mientras yo defienda lo mío?”.

Fue reiterativo a invitar a la participación de todos, no sólo por los caminos de la democracia formal, y hacerlo con un ánimo constructivo:

“Los movimientos populares expresan la necesidad urgente de revitalizar nuestras democracias, tantas veces secuestradas por innumerables factores… Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin la participación protagónica de las grandes mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de la democracia formal... un mundo de paz y justicia duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista, nos exige crear nuevas formas de participación que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común. Y esto con ánimo constructivo, sin resentimiento, con amor.”

Reconoció a quienes “No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar… los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren…” Esa solidaridad, que es “…pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.”

Respecto a la tierra, dijo que hay qué custodiarla, cultivarla y protegerla en comunidad. Evitar el acaparamiento, la deforestación y la apropiación del agua por unos cuantos. Evitar la dolorosa separación del hombre con la tierra, que no es sólo física, sino existencial y espiritual.

Respecto al techo, recordó que familia y vivienda van de la mano y que la vivienda debe tener también una dimensión comunitaria en el barrio… donde se empieza a construir esa gran familia de la humanidad.

Sobre el trabajo, expresó que “no existe peor pobreza material, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo… El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables… son efectos de una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.”

No hay qué esperar a que nos incluyan. Hay qué participar.

Analista político y miembro del PAN. @ggrenaud

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