La película que está incendiado la cartelera en México es Tierra de cárteles (Cartel Land), documental de Matthew Heineman, periodista estadounidense y cineasta, sobre las consecuencias de tener un narco estado.
Película rompedora moral y políticamente hablando, por las imágenes y los datos que aporta sobre uno de los conflictos nacionales más polémicos y de reciente factura: la creación y derrumbe de las llamadas autodefensa en Michoacán.
Cine de hechos que hace enojar, que llega al espectador como cachetada al rostro, que sacuden alma y pensamientos, de esas que duele a los mexicanos como patada a la panza.
Cine de no ficción que ilustra sobre los grupos militarizados en la frontera norte del país, quienes trabajan amparados por las leyes estadounidenses. Bandas que se defienden de los narcos mexicanos y contra la violencia que se genera en su país vecino. Ejércitos no oficiales que actúan bajo el argumento que defender su territorio y a sus familias.
Mismo derecho y mismos argumentos que exhibieron las autodefensas de Michoacán en su momento, pero con el miedo y la desesperación como agregado extra. Dos países y dos grupos alzados en armas, pero con realidades distintas e impunidades no compartidas.
Tierra de cárteles debería tener como título José Manuel Mireles: santo, villano o héroe. Médico cirujano convertido en Pancho Villa de Tepacaltepec, Michoacán, caído en desgracia y actualmente tras las rejas.
La cinta es una biografía no oficial de este hombre, alto y canoso, de palabra fácil, mujeriego y carismático, desde que se levanta en armas contras al banda de Los Templarios, hasta su caída, su desgracia, a partir de un raro accidente de avión.
Otro título adecuado sería: Alfredo Castillo, ex comisionado para la seguridad en Michoacán o cómo los villanos se sales con la suya y no hay ley que los juzgue por el daño que causaron. Otro título que se antoja es: Castillo, tonto o cómplice de maleantes.
No son acusaciones de gratis, ni injurias mal intencionadas contra el funcionario mexicano, sólo hay que ver el final de la película para entender el encono del espectador y ciudadano.
Película de imágenes con batallas, con bajas en ambos bandos, con ejemplos de tortura en ambos bandos, con violencia en ambos bandos, y con una sola víctima visible, demostrable: el ciudadano común, el mexicano a pie.
Tierra de cárteles abrió hace una semana con 21 copias, varias de ellas en circuitos culturales, y va por su segunda semana de exhibición. Se trata de un cine para no comer palomitas, también llamado “palomero”.
Antes de presentar esta película sobre México y el crimen organizado, Heineman filmó Escape Fire, sobre el sistema de salud en estados Unidos y algunas cosas más sobre el mismo tenor.
Por lo que se ha podido ver, el joven cine-documentalista es un émulo de Michael Moore, realizador que ganó un premio Oscar por el documental Masacre en Columbine en 2003, se trata de el mismo Moore que se paró en la ceremonia del Oscar a dar un discurso incendiario y le tuvieron que cerrar el micrófono y bajarlo del escenario casi a rastras. Moore quien ha sido tachado de oportunista, de falto profeta y de dudosa moral política.
Heineman, por lo que se puede ver en su más reciente película, pertenece a ese tipo de realizadores con conciencia, preocupados por lo que pasa en su país y en el mundo.
Tierra de cárteles pertenece a un género híbrido, es decir, películas documentales que funcionan bien en cartelera y al mismo tiempo pueden ser documentos de crítica social.
Película, producida (entre otros) por Kathryn Bigelow, ganadora del Oscar en 2012 por La noche más oscura (Cero Dark Thirty), y ex mujer de James Cameron (Titanic y Avatar), permanece en cartelera de los cines en México. Esa si es una buena noticia.
FIN