En teoría, los candidatos deberían hacer buenas propuestas que contrasten con las de los demás. En la realidad pesan más otros criterios para decidir el voto, de tipo emocional y menos de corte racional. Pocos electores ponen atención en las propuestas concretas de los candidatos, y menos analizan si son viables. Cuentan los fines, no los medios. Los candidatos lo saben y no ponen mayor empeño en explicar los cómos de sus propuestas; se trata más bien de crear ilusiones. Ya habrá tiempo de sobra para las decepciones. Recuerdo a Carlos Castillo Peraza en su campaña para el Distrito Federal en 1997: dijo que no ofrecería nada que él supiera que no podría cumplir; quedó en tercer sitio (si bien no fue ésta la única razón para ello). El electorado prefiere creer en utopías. Desde luego, la oferta de ilusiones es más difícil para aquellos cuyos partidos ya gobernaron, pues no hay muchos elementos como para pensar que lo que no han logrado en años ahora sí lo podrán hacer. Así, José Antonio Meade ofrece hacer de México una potencia mundial (como Salinas de Gortari), pero también hace ofertas imposibles como que ya no nacerá ningún bebé en pobreza extrema. Necesitaría recurrir a la magia para cumplir eso. Y Ricardo Anaya promete el ingreso universal, algo que suena muy difícil de concretar, además de modernizar y tecnificar a todo el país. Algo deseable pero poco factible.

El problema de ambos es el hecho de que sus partidos ya gobernaron y no cumplieron. En cambio, la ilusión sí puede alimentarse tratándose de un partido que no ha estado en el poder. El simple cambio de siglas tiene efectos mágicos. La enorme ventaja para Morena es que la izquierda no ha gobernado nacionalmente, por lo que hay disposición a creerle todo. ¿Nos abruma la corrupción? Será erradicada por completo (no sólo disminuida). ¿No crece la economía lo suficiente? Se obtendrán tasas de crecimiento elevadas y constantes, además de millones de nuevos empleos. ¿El país no ha logrado superar su endémica desigualdad y gran pobreza? Se tomarán medidas que en no mucho tiempo rectificarán esa situación. ¿La emigración de mexicanos es enorme? Ya no habrá necesidad de migrar, pues el país ofrecerá suficientes empleos bien remunerados para que nadie tenga que irse a otro lado a trabajar. ¿La violencia nos abruma? Con nuevas estrategias se reducirá significativamente y en poco tiempo. ¿Estamos rezagados en educación? Mejorará radicalmente y todos tendrán acceso a ella. ¿Cómo no votar por esa opción? Los demás partidos, los que ya gobernaron, pueden igualmente ofrecer eso y más, pero cuesta trabajo creer que “ahora sí” cumplirán.

¿Cree López Obrador en la viabilidad de sus propuestas o simplemente las usa como estrategia electoral, como el típico político, a sabiendas de que no se podrán cumplir cabalmente? El pragmatismo mostrado por AMLO en este proceso llevará a muchos a pensar que se trata esencialmente de estrategia electoral (que implica un engaño deliberado al electorado). Pero otros (desde luego sus seguidores, aunque no sólo ellos) piensan que López Obrador tiene plena convicción de que podrá cumplir lo que ofrece. Por momentos me parece más esto último. En diversas entrevistas, AMLO no parece estar consciente de las limitaciones de sus propuestas o de la complejidad del problema que aborda. Dijo él: “En el terreno de lo programático actuaremos con el mayor realismo posible y sin ocurrencias o engaños… Un gobierno debe convocar la esperanza pero sin caer en falsas promesas, porque terminará enredado en su propia demagogia (2018 La salida, 2016)”. Y como él no se considera un demagogo más sino un político distinto, entonces podemos inferir que cree firmemente en que todo lo que ofrece lo podrá cumplir. Y, con él, muchos de sus seguidores lo creen también, puntualmente. O por lo menos que cumplirá, en alguna medida, tan utópicas promesas

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