Esta no es historia, ni cuento, menos anécdota, sino el sueño más vívido que he tenido en mi vida: Al atardecer caminaba por hermoso sendero de la sierra, disfrutando el roce del fresco viento en mi rostro; aspirando el reconfortante y dulce aroma de los pinos. Bajo mis pies crujían las verdes hojas de antaño con el tranquilo sonar de mis pasos.

Apoyado por primitivo bordón, mi mente sabía que me encontraba a escasos 20 minutos de mi objetivo pues sólo me faltaba cruzar el cristalino río y llegar al final del placentero viaje crepuscular. Súbitamente algo blanquecino jaló mi mirada hacia la izquierda; me sorprendí pues conocía a la perfección esos terrenos y jamás me había percatado de lo anterior. Curioso como soy, me desvié unos cuantos metros del sendero y descubrí varias tumbas. Mi asombro se elevó en cuanto comencé a leer las lápidas: “Mariano, murió a los 10 años; Alicia, falleció a los 7 años; Carmen, falleció a los 12 años; Alfredo, murió a los 3 años; Mauricio, falleció a los 2 años…” Quedé estupefacto y de no haber sido porque en la pared trasera de tan insólito cementerio, observé a un hombre demasiado viejo; sin duda un campesino de la zona y quien al presentarnos, me indicó que era el velador del cementerio. A boca jarro le cuestioné la razón por la muerte a tan temprana edad de lo descubierto. Me observó con paciencia y esos ojos sólo demostraban una paz y sabiduría enormes y me dijo: “No doctor, toda la gente que ve usted en el cementerio, fallecieron casi de 100 años, pero por estos rumbos tenemos la costumbre de insertar en las lápidas, sólo los momentos que vivieron con valentía”. Al despertar, cambió mi vida y recordé que, en ocasión alguna de preguntaron a Jorge Luis Borges, de ser posible, qué se llevaría a la tumba; contestó el Maestro: “Aquellos momentos que viví con arrojo”. Y por eso y muchas cosas más, soy consciente de ser un microcosmo sagrado, partícula de polvo, pero Tú sabes mi Señor que soy polvo sagrado porque al decir yo soy, estoy diciendo Tú Eres; y vivo rodeado de otros similares; cada uno de nosotros contiene un macrocosmos; de historias, experiencias, vivencias, dichas y desdichas; triunfos y derrotas. Por lo tanto, estoy cierto con lo escrito por Juan Ramón Jiménez: “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando… Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido... Y mi alma solitaria por mi huerto vagará”. (Continuará)

Especialista en Derecho del Trabajo, 
Certificado por el Notariado de la Unión Europea. 
lopezaso@outlook.com

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