Neruda lo dijo con estos versos: “Amiga, no te mueras. Óyeme estas palabras que me salen ardiendo, / y que nadie diría si yo no las dijera. / Yo soy el que te espera en la estrellada noche. / El que bajo el sangriento sol poniente te espera. // Miro caer los frutos en la tierra sombría. / Miro bailar las gotas del rocío en las hierbas”.

El poeta chileno sigue hablando a su amiga enferma sobre la belleza del mundo, con toda su contradicción y desigualdad. Menciona las rosas desgarradas y describe el agua del río, “que rompe a llorar y a veces se adelgaza su voz”. La canción acuática de los ríos tiene el toque salado de las lágrimas. Los compositores afilan sus lápices para hablar del llanto suave, intermitente, que dura horas. Cuando vemos sufrir a los seres amados, el dolor se contiene en un espacio secreto del pecho, como la compuerta de una presa que lleva años acumulando agua de lluvia y solo espera una oportunidad para derramarse cuerpo abajo, como una cascada interior, que comienza a la altura del corazón y puede invadirnos por completo, porque se mezcla con la sangre que fluye en las venas.

Eso se siente al recordar a los amigos que han pasado a habitar un plano distinto.

Vivir lejos de casa nos lleva a crear una familia nueva: compañeros de trabajo, vecinos, alumnos, rostros que nos miran buscando la chispa que ilumina nuestros ojos, para tejer redes hechas de recuerdos compartidos, deseos incumplidos y promesas no dichas. Son jóvenes que llegan a nuestro sitio abriendo puertas con la fuerza de sus piernas largas, su piel tersa y una mirada enfocada en el futuro. A través de sus ojos, podemos reorientar el rumbo de nuestro barco para llegar a buen puerto.

Quienes construyen su existencia en el lugar donde nacieron, tienen amigos desde el nacimiento. Su infancia transcurre con los niños del barrio, que asisten a la misma escuela y se ven influidos por creencias idénticas. Cuando alcanzan la edad de votar, fortalecen sus lazos, se encargan del negocio familiar y continúan las tradiciones.

Si tenemos suerte, tendremos el consejo y protección de seres humanos sabios, los que han superado retos, enfrentado conflictos y aprendido de libros, películas y vivencias. Ellos se vuelven mentores en varios campos, maestros de vida, faros que iluminan la noche. Su amistad es una luz que llega a los rincones para señalar los peligros.

Hay amigos que se cuentan sus cuitas, otros que cantan o rasgan las cuerdas de una guitarra como quien toca las fibras del corazón. Hay quienes colocan nuestras historias en un cofre protegido por su cariño, sin compartirlas con nadie. Con esa protección, seremos capaces de esquivar la adversidad.

Al caminar en las tardes por los jardines, veremos a dos señores en una banca frente al estanque. No necesitan hablar. Su cercanía física es suficiente. Estar uno junto al otro les da seguridad. Un hilo delicado y suave los une y los envuelve. Al ponerse el sol, se despiden con la promesa de verse mañana.

Es inevitable: la lista de los que habitan el reino de los recuerdos se hace larga como el calendario. Nos hacemos la ilusión de que en la vida eterna seguirán juntos, sin el peso del cuerpo. Sin achaques ni enfermedad. Serán almas en una sociedad de amigos, al fin liberados de los tormentos.

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