Cada semana me llega un mensaje con un reporte sobre el tiempo que pasé frente al celular. Sin embargo, cada dispositivo produce su propio reporte. Contando el tiempo que utilizamos el celular, la computadora, y algún otro dispositivo, parece que todo nuestro día transcurre contemplando el reflejo iluminado de una pantalla. De acuerdo a un estudio realizado por Common Sense Media, un adolescente puede pasar hasta 7 horas frente a un dispositivo cada día (sin contar el tiempo dedicado a labores escolares) y los adultos llegan a destinar hasta 9 horas en promedio a lo que se ha denominado “tiempo de pantalla”. Las actividades que realizamos en cada dispositivo varían de acuerdo a la edad, sin embargo, todos los productos y servicios digitales compiten ferozmente por nuestra atención.

¿Las tecnologías digitales están imposibilitando nuestro actuar político? Esta fue una de las preguntas del Premio de los 9 Puntos, concurso organizado por la Universidad de Cambridge que busca incentivar pensamientos novedosos ante algunos problemas contemporáneos. La respuesta que obtuvo el primer lugar, fue el ensayo Stand Out of Our Light, del filósofo James Williams dedicado a la “economía de la atención”. Williams define este fenómeno como el entorno en el que los productos y servicios digitales se diseñan para competir ferozmente para capturar y explotar nuestra atención. Un entorno en el que el usuario es el producto. Después de trabajar durante años desarrollando aplicaciones para Google, Williams se dio cuenta que las aplicaciones digitales compiten hoy en día por algo más valioso que el dinero. En un mundo en el que hay una sobreabundancia de información, el bien escaso por el cual hay que competir es la atención de los usuarios, lo cual acaba generando ganancias monetarias.

Esto quiere decir que no existen aplicaciones gratuitas, ya que el capital con el que pagamos el acceso y uso de las mismas es nuestro tiempo, nuestra concentración. Algunas veces he escuchado el argumento de que las tecnologías por sí mismas no son ni buenas ni malas sino que todo depende del uso que hacemos de ellas. Esto puede ser verdad para una cantidad de fenómenos relativos al uso de herramientas digitales, sin embargo, la forma en que están diseñadas las mismas parece anular dicho razonamiento. Tan solo por poner un ejemplo, muchas de estas aplicaciones están diseñadas bajo el principio del sistema de recompensas variables. Este sistema genera una sensación de adicción al uso de estas plataformas. Ejemplo concreto de este sistema: las notificaciones sobre cada reacción y comentario que generan nuestras publicaciones en redes sociales.

Que las aplicaciones digitales que utilizamos estén diseñadas para competir por nuestra atención asegura una falta de concentración hacia otras cosas. Sea el trabajo, la escuela, o las relaciones personales, las aplicaciones pueden funcionar como importantes distractores teniendo consecuencias poco analizadas hasta ahora. Traigo a colación esta reflexión de fin de año después de revisar con tristeza que la lista de libros que leí este año se redujo considerablemente. Mi tiempo libre se destinó mayoritariamente a leer artículos en redes sociales. Pensando en la falta de concentración sostenida que podemos dedicar a las cosas debido al interés por buscar otro artículo, otro video, u hojear la lista interminable de tweets en nuestro timeline, recordé la leyenda de Tales de Mileto. Según la historia el filósofo se cayó en un pozo por ir observando el cielo con una concentración profunda. Si actualizamos la historia, no sería raro que el nuevo Tales cayera a un pozo, pero por ir distraído observando su celular.

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