Una pieza de la colección FEMSA en el Museo del Arte de Querétaro llamó mi atención: es una botella pequeña de Coca Cola fragmentada. A un lado fotografías que describen en proceso creativo: botella llena, botella, vacía, botella rota y bote armada, pedacito a pedacito. ¿Cómo se llamó la obra?: “Reconstrucción”. Es parte de las 37 piezas que se exhiben bajo el título de Una mirada al arte contemporáneo.

La obra desconcierta y la mente se niega a aceptar lo que está frente a sus ojos: ¿Neta? ¿En serio? ¿Eso es arte?

Luego viene el proceso de negación y uno piensa: no son ellos, soy yo; y además qué carajos voy a saber yo de arte.

Pero la mente se niega a aceptar lo que le parece obvio: ¿Neta? ¿En serio? ¿Te’cai? ¿Que alguien me explique?

Porque si una botella puede a ser parte de una exposición, en mi casa tengo un montón de obras de arte y terminan siempre en la basura; y yo sin darme cuenta de que pude ser millonario y famoso.

Un especialista dirá que eso es lo que busca este tipo de objetos: desconcertar, hacer que uno dude del sentido común y de su pobre y disminuida inteligencia.

Pero el arte contemporáneo tiene un problema: La obviedad. El espectador sólo cuenta con el sentido común como arma para detectar lo que es falso de lo original.

Primera obviedad de la obra en cuestión: que un artista que presenta como arte objeto una botella de Coca Cola para la colección FEMSA. Segunda obviedad: la pieza debe ser intervenida. Claro: la rompo y la armo. Es como si encontráramos una lata de chiles como sinónimo de belleza en la exposición organizada por Herdez.

No se confunda, curioso lector, el arte contemporáneo no es otra cosa que el arte (valga la redundancia) que se hace en la actualidad. Es el arte nuestro de todos los días. Sobre esa base, todo el arte fue y es contemporáneo en su momento.

Cosa distinta es el arte conceptual, que no es otra cosa que el arte de objetos y las ideas. Esto significa que para poder entender la dimensión de una pieza debemos comprender primero el momento y las intenciones del autor. Luego entonces, lo importante no es tanto la pieza como la acción.

El que puso el desorden fue un señor llamado Marcel Duchamp, un francés que amaba más el ajedrez que el arte. Un día tomó el mingitorio de su casa y lo llevó a una sala de museo y como título le puso: “Esto es arte”.

Desde entonces, artistas y espectadores estamos en las mismas, en el juego del gato y el ratón entre el engaño y la genialidad.

Al final, frente a una botella rota, queda una pregunta latente: ¿Neta que esto es arte? ¡Que alguien me explique!

Google News