Lo que nos hace parecidos unos a otros, los vínculos que nos unen, nuestros deseos y aspiraciones comunes y que nos identifican, son sin duda los rasgos que nos convierten en una comunidad y que nos hacen empáticos unos hacia los otros.

Esto es el tejido social, que nos da cohesión y nos permite hacer una vida en comunidad, mismo que se refleja en la convivencia familiar, el ambiente laboral, la dinámica en las escuelas y la vida vecinal en los barrios, colonias y comunidades.

Cuando el tejido social se debilita, el espacio que los ciudadanos deberían de utilizar es suplantado por la violencia, el crimen y lo antisocial. Por ello, se tiene que insistir en acciones que ayuden a las personas a conocer y asumir cuál es el origen de su comunidad, su historia y sus valores.

Es importante recuperar la convivencia, los espacios públicos y las tradiciones, porque estos detonan la comunicación, la confianza mutua y los objetivos comunes. Esa convivencia debe ser sana y constructiva para la creación de espacios que promuevan el respeto y el dialogo, que son los factores que nos convierten en una comunidad; no las calles, ni los edificios, ni los centros comerciales. Es la gente quien da forma a la sociedad en la que quiere vivir.

Fortalecer el tejido social significa también fortalecer nuestra identidad. Es decir, quienes somos como comunidad y cuáles son nuestras metas comunes, para desarrollar una confianza solidaria que nos permita protegernos mutuamente y desarrollar una visión común.

Por eso el papel de la familia es la base de todas las sociedades, porque es dentro de la familia donde se comienza a construir esa identidad, como  persona y como miembro de un cuerpo social. Por ello la labor de los padres es tan importante para ayudar a generar, desde la educación de los hijos, los valores culturales que los ayudaran a formar parte de la comunidad y adoptar actitudes de respeto, no discriminación y tolerancia, que son fundamentales.

La reconstrucción del tejido social es una apuesta por la familia, para  mantener los vínculos comunitarios firmes y una identidad cultural sana y dispuesta a la convivencia armónica. Las actividades deportivas, culturales y de apropiación de los espacios públicos por parte de las familias, tienen un valor muy particular para generar esa reconstrucción; por eso las estrategias que invitan a las personas a salir de sus hogares y disfrutar de su ciudad para convivir unos con otros, pueden resultar sencillas, pero nos acercan efectivamente y nos unen como mecanismos de integración social.

El deporte, el arte y las actividades de integración comunitaria, también son buenos detonantes del vínculo social, para conocernos mutuamente e identificarnos. Es especialmente importante centrarse en los niños y jóvenes, en tiempos donde las redes sociales promueven la convivencia virtual en lugar de la real; es necesario evitar el aislamiento físico y psicológico, porque estos llegan a generar actitudes de indiferencia hacia los demás. Las claves de la buena convivencia que se deben inculcar son la unión familiar, la inclusión, la solidaridad y el respeto.

Si se fomentan estos valores desde la educación del individuo, se tendrá un tejido social fuerte y, por consecuencia, sociedades fuertes en la construcción de un futuro común de bienestar.

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