En el extremo opuesto de la humildad está la soberbia. Sin embargo, distinguir en qué punto de este proceso detenerse es el verdadero reto. Se requiere emplear el conocimiento de sí mismo, surgido de la reflexión, para saber dónde situarse, cuál es el lugar de uno mismo en la inmensa fila de seres humanos que van adelante o detrás de nosotros.

Hay quienes nos preceden en la existencia, son nuestros mayores y por tanto maestros de vida. Miramos con interés a quienes tienen habilidades o capacidad para la creación artística, a quienes inventan artilugios. Admiramos a quienes poseen bienes que deseamos, tememos a los que ejercen el poder, queremos viajar, hablar o vivir como otros.

Para definir quiénes somos, sin humildad excesiva ni soberbia vana, es necesario emplear la lógica, comprensión del mundo, autoconciencia, procesos de aprendizaje, conocimiento emocional, pensamiento crítico, resolución de problemas y conocimiento de las propias emociones.

Alcanzar esa meta es la prueba más difícil. Para ello se requiere la inteligencia, que es la herramienta más útil en lo que se refiere a la definición de sí mismo. Los científicos están de acuerdo en que la inteligencia es la capacidad de percibir o inferir información, y retenerla como conocimiento para aplicarlo a conductas que permitan la adaptación a un entorno.

Jorge Luis Borges, el argentino, define en su poema “El ángel” lo que para el poeta significa la relación con el Creador: “Que el hombre no sea indigno del ángel / cuya espada lo guarda / desde que lo engendró aquel amor / que mueve el sol y las estrellas / hasta el último día en que retumbe / el trueno en la trompeta. // Que no lo arrastre a rojos lupanares / ni a los palacios que erigió la soberbia / ni a las tabernas insensatas. // Que no se rebaje a la súplica / ni al oprobio del llanto / ni a la fabulosa esperanza / ni a las pequeñas magias del miedo / ni al simulacro del histrión; / el Otro lo mira. / Que recuerde que nunca estará solo”.

No estamos solos. Vivimos en comunidad, aunque nuestro grupo sea una gota en el océano de las grandes multitudes. Buscamos a quienes piensan como nosotros y buscamos la luz de las mentes brillantes. La sociedad, por su parte, nos divide y clasifica en la vida y en la muerte. El poeta chileno Enrique Lihn escribió el poema

“Cementerio de Punta Arenas” que reflexiona sobre estos temas: “Ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres / que dan su nombre en lápidas distintas / o lo gritan al viento del sol que se los borra: / otro poco de polvo para una nueva ráfaga. // Reina aquí, junto al mar que iguala al mármol, / entre esta doble fila de obsequiosos cipreses / la paz, pero una paz que lucha por trizarse, / romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres / para asomar la cara de una antigua soberbia / y reírse del polvo”.

Mario Benedetti, escritor uruguayo, en la serie de poemas “Cotidianas II” incluye estos versos: “porque hay días repletos de soberbia / días que traen mortales enemigos / y otros que son los compinches de siempre / días hermanos que nos marcan la vida / así ocurren sabores / sinsabores / manos que son cadenas / mujeres que son labios / ojos que son paisaje / y cuando al fin lo expulsan / a uno de la vigilia / se emerge de ese ensayo de la vida / con los ojos cerrados / y despacito / como buscando el sueño o la cruz del sur / se entra a tientas en la noche anónima”.

Finalmente, le traigo a usted, querido lector, un consejo de Antonio Machado: “Sabe esperar, aguarda que la marea fluya / —así en la costa un barco—,  sin que el partir te inquiete. /  Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; / porque la vida es larga y el arte es un juguete. / Y si la vida es corta / y no llega la mar a tu galera, / aguarda sin partir y siempre espera, / que el arte es largo y, además, no importa”.

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