El desprestigio del movimiento sindical en México es lastimoso para los trabajadores; tiene varias causas y hace años que son conocidas y repudiadas por la sociedad: corporativismo, compadrazgo, nepotismo, abuso y enriquecimiento ilícito o irregular de los líderes sindicales. Esto explica el bajísimo nivel de confianza de los ciudadanos en los sindicatos. Los colocan, junto con la policía, los partidos políticos y los legisladores, dentro del grupo de figuras que en México tienen la peor reputación entre la opinión pública, al tener niveles de rechazo de 5.6 sobre 10, según estudios elaborados por Consulta Mitofsky en 2014. En contraste, las universidades públicas tienen la posición más alta en confianza.

Hay muchos ejemplos de las causas del desprestigio de los sindicatos y sus líderes; a nivel nacional tenemos dirigentes que se han enriquecido inexplicable y exponencialmente, muchos de ellos son históricos y otros siguen vigentes, como Elba Esther, dirigente del SNTE, el sindicato más grande de Latinoamérica y fundadora (dueña) de Nueva Alianza; Carlos Romero Deschamps, del sindicato petrolero; Napoleón Gómez Urrutia, dirigente sindical de los mineros; entre otros especímenes de igual o peor calaña, que además de enriquecerse con el dinero de los trabajadores que dicen representar y con la complicidad de las autoridades y partidos políticos, tienen las manos sucias, son famosos por sus excesos, escándalos, corruptelas, y los de sus familias.

En Querétaro, tenemos dirigentes sindicales que se autodefinen como empresarios y brincan de curul en curul; dirigentes de izquierda, que a través de explotar la miseria humana con los asentamientos irregulares y los tianguis que invaden la vía pública, forjan fortunas y presionan con chantajes al gobierno. Los dirigentes abusan de su cargo en la universidad para colocar a parejas, familiares y compadres, a través de la cláusula de exclusión –que la Corte declaró inconstitucional hace varios años—, en puestos o cargos que se inventan mañosamente para engrosar la nómina universitaria con el fin de regalar o vender espacios laborales. Son espacios de impunidad, en sentido peyorativo, ‘aviadores’ que cobran sin trabajar en detrimento de la comunidad universitaria; son la carne de cañón para inventar una huelga cuando se les cuestiona sobre su utilidad laboral.

Hay que tener especial cuidado en el conflicto laboral que hoy vive la UAQ, pues los orígenes del emplazamiento a huelga de los trabajadores administrativos no es legítimo ni se funda en causas que arriesguen el equilibrio entre los factores del trabajo; pretende ser un chantaje de la dirigente sindical y de su camarilla, pues no todos los trabajadores ni universitarios están de acuerdo con el emplazamiento a huelga latente para el 30 de agosto. Hoy el STEUAQ, lejos de mostrar su solidaridad con la comunidad universitaria —de la cual se supone que forman parte—, pone de manifiesto su mezquindad y exhibe las corruptelas, una práctica que mucho daña a los queretanos y universitarios, especialmente a los jóvenes, muchos menores de edad, que pueden ver vulnerado su derecho a la educación por el capricho de quienes no merecen llamarse universitarios. Basta de abusos, corrupción y chantaje de quienes aspiran seguir explotando para su beneficio personal y familiar la universidad pública.

Así lo ha expresado gran parte de la comunidad universitaria, de una manera que no se veía desde hace casi 20 años, cuando el gobierno panista de Ignacio Loyola atentó contra la autonomía universitaria. Por ello, es de aplaudirse el valor de los estudiantes de la UAQ para organizarse y salir en defensa de sus derechos al interponer un juicio de amparo, que pronto deberá resolver el poder judicial, de reconocerse la crítica constructiva de los docentes e investigadores que se han pronunciado por no detener la vida universitaria y dar clases extramuros; sumarse solidariamente a la decisión de las autoridades universitarias para no ceder ante las presiones frívolas de la dirigencia del STEUAQ, que demuestra su falta de transparencia y honradez. Insisto, no son todos los trabajadores, la gran mayoría están comprometidos con la universidad y buscan una mejoría laboral, pero no a costa de ser cómplices de la corrupción o el chantaje, que busca hacer rehén a la UAQ y patrimonializar el derecho sindical para beneficio de unos cuantos.

Decía José Ortega y Gasset: “Si el órgano de la guerra es, en apariencia, el ejército, el órgano de la paz es, sin disputa, la Universidad; de esa paz, repito, que coexiste con las mayores convulsiones y las atraviesa sin quebranto, sin solución de continuidad. Puede decirse, sin peligro de error, que tanto de paz hay en un Estado cuanto hay de Universidad; y sólo donde hay algo de Universidad hay algo de paz”.

Abogado y profesor de la Facultad de Derecho, U.A.Q.

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