El régimen de la Revolución no fue democrático porque un solo partido se empeñó en hegemonizar (y demonizar) la disidencia. ¿Será que vayamos los mexicanos a cometer el mismo error dos veces?

En 1929 se fundó una colación muy amplia de fuerzas políticas que, bajo la forma de un partido, sirvió para concentrar poder excesivo en una sola persona: el presidente de la República.

El Partido Nacional Revolucionario (PNR) y sus reencarnaciones —el Partido Mexicano de la Revolución (PMR) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI)— fue poco tolerante con las voces de oposición que se manifestaron fuera de sus filas.

Por eso en México, a partir de los años ochenta del siglo pasado, la lucha a favor de la democracia se centró en abrir los cauces para la pluralidad partidaria.

Si hubiésemos contado antes con distintas vías para disputar y acceder al poder, la historia política del siglo XX mexicano habría sido muy distinta: los excesos de corrupción habrían sido denunciados y combatidos a tiempo, los abusos violentos de la autoridad no habrían tenido el alcance que hoy conocemos, la irresponsabilidad en el manejo de las finanzas públicas habría enfrentado contrapeso y, sobre todas las cosas, el México excluido habría hallado mecanismos para defenderse y trascender el yugo de la todo poderosa élite económica.

Hoy no es moral ni políticamente aceptable darle la espalda a este aprendizaje; por eso resulta tan inquietante que el próximo primero de diciembre la llamada Cuarta Transformación debute en un escenario vacío de oposiciones partidarias.

Ni el PRD, ni el PRI, ni el PAN, ni MC son capaces de hacer contrapeso a Morena porque cada una de estas fuerzas políticas cargan en su vientre con una potente bomba de tiempo que, antes de lo que sus dirigentes quisieran, estallará con estrépito.

El PRD, más que un partido es hoy un registro y si la pendiente no se hace menos escarpada, en los próximos comicios federales visitará la fosa común donde yacen otros muchos registros.

El PRI se volvió una casa demasiado pequeña para ofrecer techo a las ambiciones de sus muchos dirigentes. Hasta ahora ha sido posible administrar la debacle porque Enrique Peña Nieto no ha entregado aún la banda presidencial. Pero, después del sábado próximo, comenzará una disputa feroz por los fueros que proporciona ese otro registro. Tan grave se asoma esa pugna que no habrá energía para intentar la reencarnación tricolor.

Dentro del PAN las cosas no pintan mejor. Si bien es cierto que esta fuerza política llegó en segundo lugar durante la contienda pasada, también lo es que los desgarres y fracturas hirieron de muerte a la organización: este partido también se volvió esencialmente corrupto.

En cuanto a Movimiento Ciudadano, el dilema es uno: ¿se convertirá en la plataforma de un solo hombre (Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco) o será el punto de partida para una amplia oposición, respetada y respetable, dentro del nuevo régimen que está surgiendo? Si pasa lo primero, habrá poco que esperar de MC.

ZOOM: La democracia mexicana tiene tanta necesidad de contar con un gobierno democrático como con una oposición que también sea democrática. Si de los restos partidarios no emerge esa oposición, sólo quedará inventarla desde cero.

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