Los negros y tristes ojos de Simón se clavan en el agua mansa de la presa de Jalpan, corazón de la sierra gorda queretana, sitio en el que está de visita puesto que en una orilla de este cuerpo acuático vive una de sus hermanas. Simón es un niño de 13 años, de piel morena, pelo grueso y negro; usa huaraches y una cachucha en la cabeza lo protege del intenso sol tropical que se precipita entre las montañas de un verde intenso; Simón dice que le gusta visitar a su hermana porque puede pescar en la presa con una caña, tilapias y mojarras.

Mientras Simón espera con paciencia franciscana que alguna despistada mojarra se trague el anzuelo, sin despegar sus negros ojos del agua, dice que él es de La Tinaja, una pequeña comunidad situada en las laderas de las montañas, cercana al barrio de El Lindero, en la salida de Jalpan.

Sin mucho entusiasmo Simón menciona que el año pasado salió de sexto de primaria, que desde entonces no ha ido a la escuela debido a que su madre lo puso a trabajar en la venta de paletas de nieve; sin embargo, justo cuando el calor serrano se intensificó, se le acabó el empleo debido a que su patrón ya no le dio el carrito de paletas con el que recorría las inclinadas calles de Jalpan haciendo sonar una campanilla para que la gente supiera que Simón tenía el remedio ante el intenso sol. Antes por lo menos se ganaba unos cuantos pesos por la comisión que le daban por la venta de paletas; aunque hubo ocasiones en que no vendía nada porque, al seguir su instinto infantil, abandonaba el carrito con tal de jugar a la pelota con otros niños. Entonces su madre lo regañaba porque llegaba a casa sin un centavo.

Simón no quita sus negros ojos de las mansas aguas de la presa de Jalpan porque sabe que si algún pez llega a picar, será su alimento; imagina una mojarra de buen tamaño en la cazuela nadando en aceite para comerla calientita, crujiente, con tortillas y salsa de molcajete.

La mirada de Simón se pierde en el infinito tan sólo de saber que ya no estudiará más, intuye que desde que salió de sexto de primaria su niñez se acabó; con mayor razón extraña a sus compañeritos de salón con quienes corría y gritaba por los patios de la escuela; lo único que no echa de menos es al profesor que a golpes, con un palo de escoba, les enseñaba quién era el padre de la patria, cómo resolver las divisiones y la correcta conjugación de los verbos. Sólo el recuerdo de su mentor logra que Simón despegue sus tristes y negros ojos del cuerpo de agua de Jalpan para expresar que el maestro se chingaba a sus alumnos a palos todos los días.

Mientras un nutrido grupo de negras y pesadas nubes aguadoras vuelan lentamente con su cargamento para depositarlo en las imponentes montañas de la Sierra Gorda, los pensamientos de Simón se desplazan raudos a la colonia España de la ciudad de Querétaro, sitio en el que trabaja otra de sus hermanas y que sólo en una ocasión ha visitado.

Simón, con sus negros ojos clavados en el anzuelo que se sumerge en el agua, lacónico, dice que a él le gustaría seguir estudiando, sin importarle que los profesores le dieran de palos.

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