Hace unos años el académico estadounidense Benjamin Barber escribió un libro titulado Si los alcaldes gobernaran el mundo..., una meditación sobre el pragmatismo del ámbito municipal y las formas en que los titulares de gobiernos locales resuelven problemas fuera de los debates ideológicos que muchas veces consumen la política nacional.

En ello pensé cuando participé en la Cumbre de Alcaldes Fronterizos entre presidentes municipales de las principales ciudades en la frontera México-Estados Unidos, que tuvo lugar en San Antonio, Texas, bajo el auspicio del alcalde local y con la conducción de los alcaldes de San Diego y Tijuana.

Lejos de los debates polarizados que vivimos en Washington y la Ciudad de México, esta reunión fue una fiesta de ideas muy concretas de cómo abordar temas comunes que van desde el manejo de cruces fronterizos a esfuerzos por cuidar el medio ambiente, construir infraestructura necesaria y atender la pobreza mediante programas sociales novedosos.

En una región donde los problemas de un lado de la frontera casi siempre terminan afectando a los del otro —y las soluciones muchas veces tienen que implementarse en ambos lados para ser efectivas— fue casi imposible distinguir los signos partidistas, las ideologías o, a veces, hasta la nacionalidad de los líderes municipales, quienes estaban empeñados en compartir y diseñar estrategias binacionales.

Sigue siendo uno de los elementos menos conocidos de la relación entre México y Estados Unidos cómo los municipios de ambos lados trabajan juntos. Entre San Diego y Tijuana, por ejemplo, los bomberos realizan juntos ejercicios de preparación todos los meses porque un incendio en una ciudad puede llegar a afectar a la otra o requerir apoyo del otro lado. El Paso y Ciudad Juárez comparten espacios educativos y culturales que atienden poblaciones en ambos lados de la frontera. Nuevo Laredo y Laredo han trabajado juntos, igual que los dos Nogales (Arizona y Sonora), para agilizar los cruces fronterizos, con inspectores de ambos países ahora colocados en los mismos edificios para mayor eficiencia y comunicación, ya que sus economías dependen del comercio internacional que por ahí pasa.

Las políticas nacionales afectan a los municipios fronterizos y crean oportunidades o desequilibrios que tienen que enfrentar. El incremento del IVA en los estados fronterizos mexicanos hace unos años golpeó a las economías locales y favoreció el lado estadounidense. Las políticas de control fronterizo y aumento en deportaciones del lado estadounidense está generando un flujo no esperado de retornados en municipios mexicanos y una industria de centros de detención del lado estadounidense. Todos están siguiendo las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) pues su colapso reventaría las economías de ambos lados que dependen de la integración comercial.

Quizás el momento más aleccionador del evento no fue el diálogo de políticas públicas, sino la inauguración de la cumbre, cuando se cantaron los himnos nacionales de los dos países. Una joven se paró en frente de todos los asistentes y cantó, con voz fuerte y gran pasión, el himno nacional de México. Luego de una breve pausa, la misma joven cantó con igual fervor y entrega el himno nacional de Estados Unidos. No fue solo ella quien pudo cantar los dos himnos, sino también la mitad, o más, de los asistentes.

Ahí en la frontera entre ambos países, el nacionalismo no es menos fuerte, pero se acompaña con una comprensión profunda de lo entrelazados que están estos dos países y de un conocimiento íntimo de los que viven al otro lado de la frontera. Es el mismo pragmatismo que permite que los municipios fronterizos sean espacios creativos para la resolución de problemas binacionales, sin que los debates nacionales intervengan demasiado. Y es por eso que también deberíamos prestarles atención para tratar de resolver los grandes debates que aquejan la relación binacional entre México y Estados Unidos.

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