Hay heridas que nunca cicatrizan

El impacto de los fenómenos naturales, de los sismos y tormentas ocurridas el mes pasado, abandona la dimensión desconocida.

A un mes del 19 de septiembre negro, y a 43 días del que estremeció Oaxaca y Chiapas, el día 7, duelen los 471 muertos, pero más duelen los vivos quienes aún duermen en las calles tras haber perdido todo.

La visión panorámica de la catástrofe se concreta en cifras puntuales: más de 12 millones de afectados en 400 municipios y delegaciones de diez estados dibujan el mapa de lo ocurrido; 180 mil construcciones dañadas, en mayor o menor grado; 16 mil escuelas perjudicadas ­—casi 300 son pérdida total—; 13 mil negocios destruidos o en peligro; mil 821 monumentos del patrimonio histórico y valor cultural en ruinas o en riesgo; ciudades como Juchitán, Oaxaca, y Jojutla, Morelos, prácticamente borradas del paisaje…

No hay dinero que alcance para alzar el tiradero; seguramente los 48 mil millones de pesos —11 mil más de lo calculado originalmente— serán insuficientes para cicatrizar las heridas en el alma nacional.

… y, a tanto dolor, sume dos incertidumbres.

Por un lado, al menos parte del desastre en la CDMX, por ejemplo, pudo haberse evitado de no haber tanta corrupción entre voraces sociedades inmobiliarias y autoridades involucradas en el otorgamiento de permisos de construcción para edificaciones que en lugar de varillas parecen haber sido sustentadas con popotes. El otro responsable de los daños son la pobreza y el abandono ancestral privativo de comunidades perdidas, alejadas en la geografía del desarrollo.

Por otro lado, la estrategia y responsabilidad de la reconstrucción para las entidades devastadas despierta dudas y sospechas sobre el futuro político de quienes hoy tienen a su cargo la tarea titánica de ejecutarlas.

Muchos funcionarios, de todos los niveles, están haciendo maletas, por lo cual los esfuerzos podrían quedar truncos, y la tragedia crecer de manera silenciosa, sin la urgencia ni los reflectores mediáticos.

Asunto grave, nada menor.

¿Si estamos en año electoral, cuáles y cuantos funcionarios empeñados en coordinar el esfuerzo de reconstrucción van a renunciar para buscar cargos de elección popular? ¿Que entre los miembros del gabinete presentes en Los Pinos para hacer el recuento de los daños no estaba el aspirante priísta a la candidatura presidencial, o algunos al Senado, la Cámara de Diputados o la gubernatura del Banco de México?

EL MONJE TRICOLOR: por cierto, la mesa del PRI está puesta —con mantel, cubiertos y sobre todo “servilletas”— para mostrar el menú del método de selección de sus candidatos. De botana —palomeada por Los Pinos—, senadores y diputados, y de suculento plato principal, el de su candidato a presidente de la República. ¿Todo está bajo control para evitar una degustación que acabe en carnicería? ¿Para que el jefe del jefe del PRI satisfaga a placer el apetito de mandar en acto culminante, horas antes del ocaso inevitable? Enrique Ochoa Reza garantiza que habrá unidad democrática a la mera hora… feliz; que será una convención de delegados la encargada de cocinar el paquete ¿Como ocurrió en Campeche para abrir los candados a aspirantes externos al partido tricolor? ¿Puro atole con el “dedazo”? No se haga bolas; antes del 15 de noviembre el PRI tendrá candidato presidencial, antes que otros, sin contar a López Obrador. Por cierto, el ex presidente Fox no se aguanta las ganas de meter su cuchara en la sopa; dice que, si bien el PRI no se lavó las manos antes de comer, lo más “sabroso” del menú es José Antonio Meade, su favorito. Ya veremos, dijo el ciego.

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