En encuesta tras encuesta, la seguridad pública es el primer (o segundo) tema de interés de los votantes mexicanos. Arriba de la corrupción, habitualmente por encima de la economía o el empleo. Y no es para menos: en este país, 22 millones de personas son víctimas de un delito cada año. Casi 30 mil personas son asesinadas. Tres de cada cuatro habitantes de zonas urbanas se sienten inseguros en su ciudad.

En esas circunstancias, uno supondría que la seguridad pública sería un tema central de las campañas presidenciales. Uno se equivocaría. En 2012, los candidatos apenas rozaron el tema y 2018apunta a ser muy similar.

En las precampañas, Andrés Manuel López Obradorlanzó un par de ideas controversiales (la “amnistía” y la Guardia Nacional), con poco nivel de detalle. Dejó de hablar del tema a los pocos días. José Antonio Meade habló de reforzar el combate al lavado de dinero y el tráfico de armas durante algunos días y sin mucho énfasis. Ricardo Anaya casi no tocó el asunto.

¿Por qué esta aparente alergia al tema? ¿Por qué los candidatos presidenciales tratan decididamente de no abordar uno de temas más relevantes para el electorado? No lo sé del todo, pero van algunas teorías:

1. La seguridad pública es responsabilidad de los tres niveles de gobierno. Es por tanto difícil, sino es que imposible, asignar culpas con precisión. Si una persona es asaltada en un municipio gobernado por Morena, ubicado en un estado por el PAN, cuando el gobierno federal está controlado por el PRI, ¿a quién debe culpar el ciudadano? ¿A quién debería de castigar en las urnas? Si es a todos, entonces es a ninguno.

2. Los mensajes que resuenan con el electorado son los de mano dura: la cadena perpetua, el restablecimiento de la pena de muerte, etc. Pero esas formas de populismo penal están irremediablemente identificadas con actores políticos altamente desprestigiados. Los puntos que se ganan con un mensaje duro se pierden en cuanto algún rival saca del baúl de los recuerdos a Arturo Montiel o el Partido Verde.

3. Los asuntos de seguridad son altamente polarizantes. Involucran definiciones básicas sobre orden, libertad, uso de la fuerza, etc. Dentro de los partidos y, aún más, en coaliciones ideológicamente diversas, son motivo de agrias disputas. Lo acabamos de ver en la reciente discusión de la Ley de Seguridad Interior: las bancadas legislativas del PAN acabaron votando divididas. En un proceso electoral, los equipos de campaña previsiblemente van a privilegiar temas que unan a la coalición (¿política social?) sobre temas que provoquen confrontación (seguridad).

4. Hay una escasez relativa de ideas. La mayoría de lo que se propone ya se ha propuesto muchas veces antes. Cosas como el mando único no entusiasman a nadie. La autonomía de las fiscalías y la profesionalización de las policías es como la paz mundial: todo mundo está a favor. No sirve por tanto de elemento diferenciador. Temas como la legalización de la marihuana mueven a las élites, pero generan rechazo entre sectores amplios de la población. Entonces no hay mucho que sea a la vez novedoso, seguro, popular y fácil de comunicar.

En resumen, tenemos aquí una especie de disonancia cognitiva. Casi nada importa tanto a tantos como la seguridad, pero casi nadie quiere hablar del asunto. No es, en el lenguaje de los estrategas políticos, un tema ganador.

Es, sin embargo, un tema crucial, de vida o muerte literalmente. Y su casi segura desaparición de las campañas muestra que nuestro sistema político está hecho para discutir lo trivial y obviar lo importante.

 

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