En la multicitada entrevista que tuvo con Carmen Aristegui, el presidente electo se comprometió a hacer una tercera consulta popular en la que se preguntará sobre el consejo asesor empresarial, sobre el perdón a los expresidentes y sobre la integración de la Guardia Nacional. Se dijo también que, antes, se promovería un amplio debate público. En eso estamos.

He sostenido con insistencia que, en materia de combate a la corrupción, no sirve de nada pescar peces gordos mientras las aguas donde crecen sigan intactas. La corrupción es un fenómeno sistémico que no debe confundirse con el solo castigo a quienes vulneran las leyes. Es un error suponer que la corrupción es cosa de individuos aislados o una simple anomalía en un sistema que, de no tener personas corruptas, funcionaría bien.

Confundir el combate a la corrupción con la idea de perseguir y defenestrar políticos desvía la atención de la sociedad hacia la dinámica de la venganza en contra de quienes han abusado de los poderes públicos, en vez de llamarla a corregir colectivamente los muchos defectos de la administración pública. Una trampa que, además, abre la puerta para minar la soberanía y la calidad democrática de los países que se dejan llevar (¿o producen?) esa confusión. Se ha probado que atacar la corrupción a partir de ese error ha sido la causa principal de la caída del aprecio regional por la democracia y la puerta de entrada a una nueva versión de gobiernos autoritarios, sin que la corrupción haya sido abatida.

Los casos de Guatemala y Brasil han sido emblemáticos: después de cobrar venganza sobre sus mandatarios, ni en Guatemala ni en Brasil han logrado abatir el fenómeno de la corrupción sino que, por el contrario, todos los datos nos dicen que ha empeorado. En cambio, Guatemala ha perdido soberanía y Brasil ha minado la calidad de su democracia, hasta el punto de pavimentar el triunfo electoral del político de extrema derecha Jair Messias Bolsonaro.

A la luz de la evidencia que tengo a la vista, lamento profundamente la secuencia de tropezones que nos han traído hasta aquí. Fue un error que el presidente electo ofreciera el perdón a quienes han cometido actos de corrupción, pues ni siquiera tiene facultades para otorgarlo. ¿Ahora se le preguntará al pueblo si debe aplicarse la ley a quienes la han vulnerado? Quienes han cometido faltas o delitos deben ser sancionados, sin duda. Pero el fenómeno de la corrupción responde a otras causas, que no pasan por colmar la sed popular de venganza, sino por modificar esas causas desde el origen. Combatir la corrupción no es lo mismo que meter gente a la cárcel. ¿Qué tiene que suceder para que se entienda?

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