Pareciera que la oposición y sus voceros ya decidieron que López Obrador nos conducirá a un régimen autoritario, a pesar de no tener evidencia alguna para asegurarlo. Paradójicamente, muchos de los argumentos que buscan predecir el autoritarismo de este gobierno provienen de su procedencia democrática y su propia agenda democratizadora.

En esa lógica delirante leen la iniciativa de revocación de mandato aprobada por la Cámara de Diputados, misma que en tres años permitirá a los ciudadanos decidir si el presidente, continúa o no en su encargo.

La frentista Denise Dresser denunciaba ayer, en uno más de los extravíos que han caracterizado a la oposición, que ésta y otras iniciativas –que Morena prometió en campaña y fueron refrendadas con el voto de 30 millones de mexicanos– buscan “revocar las reglas democráticas” e ignoran “el principio de institucionalización de la incertidumbre”.

Buena parte de los partidos de oposición han señalado que la propuesta de Morena está exclusivamente pensada para que López Obrador aparezca en la boleta y su partido logre llevarse el carro completo. ¿Qué no íbamos hacia una catástrofe económica? ¿Por qué entonces están tan preocupados?

Olvidan que en elecciones intermedias todo puede suceder. Si bien es cierto que Peña logró la mayoría en 2015 (aún después de Ayotzinapa y la Casa Blanca), el PRI la perdió en 1997, con Ernesto Zedillo en el gobierno. Tampoco Fox logró alcanzarla en 2003 ni Calderón en 2009. El ejercicio del poder casi siempre genera un desgaste.

Las especulaciones de la oposición subestiman la inteligencia de los mexicanos y reflejan un desprecio por la democracia. Si en 2021 la gente vota porque el actual presidente continúe en el poder será porque él y su partido han hecho buen trabajo, porque los ciudadanos están mejor.

No es seguro que eso ocurrirá. Todo puede acontecer en tres años: Puede temblar o haber una crisis internacional; la economía puede estancarse, la inseguridad empeorar, los programas sociales retrasarse y la gente desencantarse. El presidente también está asumiendo un riesgo. En 2021 estaremos ante un escenario de incertidumbre propio de una democracia.

La revocación de mandato es un instrumento de la democracia participativa y un mecanismo vertical de rendición de cuentas que estimula el monitoreo constante de los ciudadanos hacia sus gobernantes. Constituye una vía institucional legítima para que la población pueda reemplazar a gobernantes impopulares o que han perdido la confianza de la población.

Varios países del mundo tienen instrumentos de este tipo, no solamente Venezuela, Bolivia y Ecuador (los villanos favoritos). Lo tienen, por ejemplo, Suiza, Taiwan, Lichenstein; 18 estados de la Unión Americana, así como gobiernos locales en Colombia y Argentina. Incluso lo contemplan algunas constituciones estatales en México, aunque no se haya practicado.

Desde luego que este instrumento no es la panacea. Un argumento común es que la revocación puede ser objeto de manipulación política. Que un gobierno la puede utilizar en su propio beneficio. Sin embargo, la manipulación también puede venir de la propia oposición para canalizar ambiciones anticipadas.

En cualquier caso, más allá de la idoneidad del instrumento y la procedencia de llevar a cabo el ejercicio en 2021 (AMLO fue electo para gobernar seis años y no tres), es innegable que la propuesta está en la ruta de más democracia, no de menos.

Poco tiene que ver la iniciativa de Morena con esas paranoias de una oposición que parece haber hecho suya una vocación perdedora y que, a través de su discurso, solo demuestra lo pequeña que se siente frente a López Obrador y la Cuarta Transformación.

@HernanGomezB

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