El pasado domingo se realizaron las elecciones y sin duda fue, como dicen algunos columnistas, un tsunami para los tres partidos más importantes. En esta colaboración me refiero al Partido Revolucionario Institucional.

Sin duda habremos de lamentar esta derrota del PRI y más específicamente de la cúpula del partido que no supo conciliar su propia fuerza y poder por intereses de grupo.

¿Cómo llegó el PRI a esta situación? En su momento, varias voces se alzaron proponiendo alternativas, impulsando cambios en el desempeño del partido para consolidar avances democráticos. Exigiendo que la dirigencia tuviera la sensibilidad para lograrlo.

Esas voces, propusieron que como partido moderno, debía tener una estructura horizontal, en la cual las organizaciones solo fueran un medio para el trabajo de proselitismo y gestión social; la decisión de dirigencias y candidaturas correspondan única y exclusivamente a la militancia. Que esta decisión y elección se hiciera a través de un procedimiento transparente e incluyente.

Las cúpulas insistieron en hacer nombramientos con base en afectos que casi huelen a imposición, cerrado a las distintas expresiones.

Esas voces exteriorizaron su preocupación sobre la corrupción y la impunidad en el sector público, situación que lastimaba a la sociedad con muestras de un evidente hartazgo. No se castigó a nadie de manera enérgica, ejemplar. Con el tiempo, el electorado cobró facturas, por dividirse y también por no actuar a tiempo para castigar la corrupción y la impunidad.

Es tiempo de reflexión, los partidos políticos, en particular el PRI, han cumplido una etapa en el desarrollo político del país, la realidad demanda un nuevo diseño estructural y organizacional.

Un partido que convoque a todos quienes quieren desarrollar una vida con sentido, basado en la honradez y el desarrollo, tanto personal como social. Que promueva y estimule la carrera de partido y la militancia efectiva. En que los esfuerzos individuales rindan frutos y aporten a un esfuerzo colectivo por la construcción de un mundo mejor para cada persona, su familia, la sociedad y nuestro país. Un partido que no segregue ni separa, que sea de propuesta, que castigue la corrupción y no incremente la impunidad, para lograr buenos gobiernos en sus distintos ámbitos.

Lo anterior, nos lleva a encontrar varias respuestas: desde refundar, constituir una federación de partidos locales, crear partidos regionales o estatales o en su caso un nuevo partido nacional que sustente en buena medida nuestra ideología, también actualizada incluyendo el programa de acción.

Ante esta crisis de partidos, el triunfo de López Obrador, rediseña el mapa político y sugiere el dominio que se vivía en los tiempos de un régimen de partido hegemónico. Por las cifras con que se cuenta, es el realineamiento que sólo se experimentó durante la hegemonía priista del siglo pasado.

Los datos preliminares muestran que el presidente electo contará con la mayoría absoluta en el Congreso y una fuerte bancada en el Senado, con lo que puede tener las mayorías calificadas para cuantas reformas constitucionales quiera hacer.

El resultado del domingo, lleva a la aparición de un partido hegemónico, como en los 70 y primer lustro de los 80, incluyendo a muchos priistas excluidos, que están ahora en Morena inclusive AMLO. Estamos ante el resurgimiento de una nueva hegemonía partidista.

Al estudiar el sistema electoral en México, Sartori identificó que fundamentalmente el sistema de partidos no provocaba ni incentivaba la competencia; básicamente era un sólo partido el que tenía preminencia en todos los escenarios, logrando con ello una hegemonía en el gobierno Federal, Estatal y Municipal, convirtiéndose en un sistema autoritario.

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