Desde muy joven escuchaba hablar a los adultos sobre la disyuntiva al explicar que la vida es, tanto estrictamente consecuencia del caos e impredecible, como que obedece a un orden predeterminado en absolutamente todos los acontecimientos y circunstancias de la misma. Hoy, al paso de muchos años, aún no llego a una conclusión sobre ello. No deja de sorprenderme lo que la humanidad ha logrado en su evolución junto con muchos más seres vivos en un planeta que se manifiesta de múltiples maneras y nos habla todo el tiempo sobre el milagro de la vida, lo que ejemplifica el ejercicio de un orden impresionante en la evolución. Por otro lado, el caos se presenta y solemos explicarlo en la medida del daño que nos causa en lo individual y en lo comunitario, destruyendo en ocasiones no solo expectativas, sino la vida misma.

Entre el orden y el caos, nuestra realidad cotidian es azarosa. Múltiples eventos y circunstancias van presentándose a lo largo de la misma para bien y para mal y nos afectan en lo individual, familiar o en grupo. Muy pocos son los eventos cuyo impacto es de otra dimensión y afecta a una gran mayoría de países y a todos sus ciudadanos, como lo vemos cuando nos aventuramos a buscar en los registros de la historia. Las guerras y las pandemias han marcado distintas épocas para la humanidad en ese sentido, y hoy, en menos de lo que canta un gallo, nos vemos envueltos en algo tremendo. Estamos enfrentando un cúmulo de situaciones caóticas que iniciaron por la crisis sanitaria,  expuestos a un enemigo prácticamente invisible que ya ha cobrado muchas vidas en nuestro país y en el mundo entero. Derivado de ello, entramos a una recesión económica que replantea, no solamente la manera de realizar las actividades de la gente en la llamada nueva normalidad, si no también va acompañada de la desaparición de un gran número de empresas, establecimientos y negocios y con la pérdida de millones de empleos. Más aún, la siguiente consecuencia es ya una crisis social derivada de las dos anteriores y con un panorama geopolítico por demás adverso ante las polarizaciones y la falta de consensos que propicien la gestación de una estrategia favorable para la recuperación positiva en un tiempo menor.

A pesar de lo difícil que se antoja el presente y el futuro de corto y mediano plazo; del miedo y la angustia que nos visitan con mayor frecuencia y de la gran cantidad de pérdidas, los seres humanos tenemos un valioso tesoro: la resiliencia. Esa capacidad de adaptarnos a las situaciones más adversas para salir adelante. Se pensaba que era una capacidad innata de las personas, pero los investigadores actuales le reconocen posibilidades y alcances a nivel familiar, comunitario y cultural, considerándolo más un proceso resiliente, pues implica que  aún en la medida de lo estrictamente individual, una situación adversa se ve reflejada en la familia, amistades, compañeros de trabajo, etcétera. Una persona logra superar una adversidad determinada por el resultado de toda una serie de eventos y acciones encaminadas a ello, las cuales afectaron su entorno inmediato.

Será muy interesante, ante esta adversidad de todos, asumir una actitud por demás positiva. Lo deben hacer los líderes, autoridades, personas y grupos sociales para lograr definir y establecer una gran estrategia que nos lleve a la realización de dichos procesos resilientes para nuestras comunidades en función del principio de autoridad y responsabilidad que le compete a cada quien. Necesitamos esa fortaleza de enfrentar la tragedia y colocarnos en una perspectiva superior, en la que logremos reconocer la importancia y el valor que tienen los demás para que la recuperación general sea mayor y en un tiempo menor. Los retos de hoy no pueden ser vistos desde una perspectiva personal, hacerlo así, tan solo agravará las crisis e incrementará los daños en el mundo, en México, y en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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