1. La idea de que el arte llegue a much@s, a millones, disolviendo las barreras de clase, para alimentar con nuevas imágenes, ideas e historias una nueva identidad nacional, debiera ser una de las metas de la 4ª Transformación. Si no es una de sus metas, entonces la 4ª Transformación es una mesa a la que le falta una cuarta pata: una mesa inestable que se caerá en cuanto acabe este sexenio.

Lo entendió José Vasconcelos, primer secretario de Educación tras el término de la Revolución Mexicana: una vez concluido el encontronazo a balazos, para que el cambio político se filtrara a los corazones y se convirtiera en un cambio de conciencia, debía venir una Revolución del abecedario, las imágenes, las historias y la música. Una Revolución Cultural, no un cambio cosmético y tímido: Vasconcelos entendió que el arte logra su función social solamente si alcanza a tod@s y de una forma deslumbrante. Y Vasconcelos lo consiguió en el breve lapso de tres años: dio el golpe de gong que siguió resonando medio siglo: medio siglo en que por primera vez una identidad mexicana surgió del encuentro del pueblo con los murales que le contaban su historia, con la gran música impresionista que le reveló a qué sonaba México interpretado por orquestas sinfónicas, con las danzas que le mostraron cómo el Occidente más contemporáneo podía ritmarse con el origen mestizo de la Patria. El presidente Lázaro Cárdenas habría de golpear el gong de la Cultura décadas más tarde: otra vez México pudo volverse a mirar en el espejo de un arte desclasado y épico, y pudo ahí reconocerse y reinventarse. Los grandes prestigios artísticos del país y sus símbolos más caros datan de aquellos años, los de Vasconcelos y de Cárdenas, y siguen siendo los referentes para extranjeros y mexicanos de lo que somos.

2. La 4ª T fue apoyada por la gran mayoría de los artistas, ávidos de vivir en un país más parejo, menos corrupto y menos cínico, pero también ávidos de participar con sus artes en su transformación.

Seamos sinceros. El reciente encuentro entre artistas y funcionarios de la Cultura, sucedido en la Biblioteca México, fue algo peor que un desencuentro, fue agua helada llovida sobre el incendio de la esperanza de los artistas. Creíamos algunos que la reunión serviría para anunciar un más allá de las becas. Señores, señoras, imaginamos que los flamantes funcionarios de izquierda dirían, ustedes han sido apoyados por el Estado en sus metas artísticas, ahora toca que la obra que realizan la lleven, la llevemos juntos, a lo ancho y largo del territorio nacional, para que el arte adquiera otra vez su función social, pensemos juntos cómo. No fue así. La reunión quedó atrapada en una mezquina discusión sobre las becas que reciben los artistas y los grupos creativos. Precisamente quedó atrapada ahí donde la gestión cultural lleva 30 años atrapada: en cuidar el acervo artístico, crecer la burocracia cultural y dar becas a los artistas, por cierto que gastando en ello apenas un tristísimo 5% del presupuesto para las artes.

Es necesario decirlo con franqueza, las becas no son el problema —aún con fallas que replican los vicios de la sociedad en donde existen (los amafiamentos y la misoginia, por ejemplo), han multiplicado y profesionalizado a l@s artistas nacionales—, pero las becas tampoco son una solución. Hay que precisarlo igual: hacer llegar el arte a millones es una tarea que corresponde al Estado: es la deuda que la burocracia cultural ha ido acumulando durante décadas, y no con los artistas, sino con la sociedad.

3. ¿Es imposible lograrlo? Para ejemplificar cómo es posible, podría regresar a la épica de Vasconcelos o la de Cárdenas o referirme a la política cultural de Canadá. O podría viajar varios siglos atrás, a esa remota ciudad desde la cual una regeneración cultural partió —como una parvada de palomas— para elevar el cielo del mundo, la ciudad de Florencia, o más exacto, a esa mesa donde cada noche un filósofo, un gobernante y cinco pintores idearon, entre sorbos de vino, la estética del Humanismo, que habría de llevar a la especie de la oscura noche del Medievo a la mañana luminosa del Renacimiento.

No es necesario viajar tan lejos. La solución está a la mano. El actual director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo, recién desembodegó 8 millones de libros y los puso a la venta por todo el país a 49 pesos, al tiempo que ponía en los estantes de las librerías una nueva colección de libros a 12 pesos. El resultado fue instantáneo: en tres semanas, las ventas del FCE han crecido 8%, aún considerando la baja de precios de los libros.

Un plan nacional para el arte debería contar al menos —al menos— con tres elementos evidentes. Un aumento drástico en la difusión de la oferta cultural (la actual es una burla al sentido común). Una distribución frondosa, en lo geográfico (la actual es clasista y centralista). Y un abatimiento drástico de los precios de entrada a los eventos artísticos: hay que subsidiar a los públicos que hoy no pueden pagar las entradas de los museos, los teatros y los cines. Desde ahí debería apenas —apenas— arrancar un plan de las dimensiones que reclama una verdadera 4ª T.

4. Parece ser, sin embargo, que el actual proyecto para las artes nada prevé de lo que hasta acá expreso. El actual proyecto, hasta donde lo ha definido en público la Secretaria de Cultura, Alejandra Faustro, prevé hacer llegar a los rincones más humildes y violentos del país la cura del arte comunitario.

Se ha hecho un censo para determinar cuáles son las comunidades más precarias del país; se ha detectado además cuáles son las expresiones culturales nativas, para apoyarlas y darles la dignidad de ser tratadas como arte; se planea un ambicioso programa de educación artística para esas localidades; y las misiones culturales, grupos de artistas con austeros espectáculos, ya empiezan a viajar por esa geografía de la devastación.

La hipótesis de que un joven que conoce la delicia de tocar una guitarra tendrá una razón más para no integrarse a una pandilla criminal, es más que una hipótesis, es una verdad probada. La suposición de que un pueblo que se reúne ante la fachada de la iglesia para ver una película le gana dos horas al miedo y las troca por tiempo para crear lazos entre los habitantes, es igual, indiscutible. El impacto de escuchar a Horacio Franco tocar su flauta de pico en la sierra de Oaxaca y luego hablar de la diversidad sexual como de un tesoro cultural, marcará la vida de miles de mexican@s.

Pero en tanto ese proyecto se despliega, olvidarse del arte profesional, o lo que es lo mismo: marginarlo de la 4ª Transformación y dejarlo a la inercia de los viejos, y ahora severamente recortados mecanismos neoliberales, equivale en los hechos a decretar una súbita pauperización de nuestra Cultura.

¿De verdad la 4ª T en las artes serán tríos de son jarocho en la canchas de basquetbol de los pueblos? ¿En serio la ambición estética de la 4ª T es nuestro flautista predilecto bajo una palapa y ante sillas de plástico? ¿Las orquestas de niños suplirán a las orquestas de virtuosos y debemos renunciar al Revueltas contemporáneo para celebrar al niño que aprendió a tocar en su guitarra do re mi fa sol?

En un plan de izquierda para las artes, ambos niveles del arte pueden coexistir. Todavía más, debieran existir. De nuevo Vasconcelos ilumina acá el camino: su proyecto convirtió en vasos comunicantes al gran arte y a la educación artística. Los artistas se sumergieron en la realidad de su país al recorrerlo con su obra, abrevaron en el arte folclórico y limaron sus instrumentos en el encuentro con los vastos públicos, para servirlos y expresarlos mejor; en tanto los jóvenes post-revolucionarios educaron sus sensibilidades en el nuevo gran arte, enriquecieron así su identidad y algunos cientos entre ellos se convirtieron en los nuevos artistas de un México renovado.

El proyecto para el arte de la 4ª T no debe elegir qué brazo cortar para que el otro brazo prospere. Elija el que elija, dejará manca a la Cultura. Llevar médicos a las comunidades precarias no puede cancelar a los hospitales urbanos. Y tampoco la 4ª T debiera refugiarse en la estulticia mayúscula de catalogar a las artes profesionales como un lujo fifí.

Fifí es quien asegura que los obreros y los campesinos no merecen sino clases de danzón y conciertos de cuatro cantantes de son jarocho bajo una carpa. Fifí es el que asegura que una trabajadora doméstica “no entenderá” una obra de teatro de Sergio Magaña, que por cierto incluye entre sus protagonistas a trabajadoras domésticas. Fifí es el funcionario que no ve con escándalo como un universitario no puede pagar 800 pesos para ver una obra de teatro montada en un teatro del Estado y no propone cómo remediarlo, al contrario, decide cerrar el teatro.

Aparte del debate entre los políticos, los opinadores y los poderes fácticos, esa ruidosa lucha por quién captura el poder real y para qué, hoy una buena parte de los mexicanos estamos repensando un modelo de convivencia. Es el momento en que estamos mirándonos a los ojos unas a los otros, no para odiarnos y cancelar a la mitad de los que vemos, sino para reconocernos en un nosotros que incluya a tod@s. Por eso, ahora es también el momento para repensar el proyecto de las artes de la 4ª Transformación.

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