Germán Dehesa narraba un recuerdo con su peculiar estilo: desenfadado en la superficie, lleno de ternura en lo profundo. Le tituló “La rendija de Dios” y era el recuento de un día de su infancia en que supo que en la hostia se encontraba Dios, es decir Cristo, Hijo Unigénito del Creador del Universo.

El pequeño Germán quedó estupefacto ante tal prodigio. Lo pensó por unos días y tuvo una idea genial: él y otro niño de su clase decidieron raptar a Dios. Entraron a la sala que servía de sacristía para la capilla del colegio, robaron una hostia del mueble donde se guardaban y se la llevaron a casa, con espíritu de triunfadores. El trato era que cada uno escondería a Dios por unos días en su propio cuarto.

Contaba Germán que a medianoche, la casa en penumbras, él se despertaba para comprobar que Dios siguiera ahí, en el cajón de su buró, y más de una vez creyó ver un resplandor intenso que iluminaba las rendijas del cajón. Una noche no pudo más y cubrió el preciado objeto con un pañuelo, lo llevó al colegio al día siguiente y lo devolvió a su sitio. Su conciencia le dictó los pasos a seguir. Nadie podía secuestrar a Dios.

Toda vida tiene rendijas. Aunque sintamos que estamos hechos de bloques macizos, por las rendijas se pueden filtrar el bien y el mal, el amor y la soledad, meterse bien adentro para amenazar nuestra estructura.

Durante ocho años tuve la fortuna de dirigir el Museo de Arte de Querétaro. Es un edificio de piedra, adobe y otros materiales que fue construido en el siglo XVIII para albergar un convento de frailes agustinos. El claustro es un portento de belleza con apariencia firme y sólida. Sin embargo, este enorme rompecabezas de dos plantas sufre varias enfermedades de la piedra, causadas por la humedad, hongos y bacterias.

Las junturas entre las piezas pueden medir milímetros y llenarse de agua en la temporada de lluvias. Si una semilla vuela y se aloja en esa minúscula alberca, comenzará a germinar y quizá a echar raíces, y su crecimiento mueve la piedra de su lugar. Durante el día el sol calienta la piedra y provoca una expansión del material. En la madrugada se contrae y con ello hay riesgo de movimientos. Una noche, en medio de un concierto, una piedra de la cornisa superior tuvo un deslizamiento final y cayó al suelo, pasando a unos centímetros de la cabeza de un hombre que por fortuna vive para contarlo.

La vida se abre paso con fuerza y aprovecha todas las rendijas a su alcance: la naturaleza tiene su propio ímpetu y nosotros, seres vivientes, tenemos que buscar la manera de enfrentar las corrientes vitales para que no nos hagan daño.

El amor en los tiempos del cólera, novela de Gabriel García Márquez, es un homenaje al romance que vivieron sus padres. Cuando eran jóvenes, los protagonistas expresaron su amor mediante cartas: “Fermina Daza ponía su carta en algún escondite del recorrido diario entre la casa y el colegio, y en esa misma carta le indicaba a Florentino Ariza dónde esperaba encontrar la respuesta. Florentino Ariza hacía lo mismo. De ese modo, los conflictos de conciencia de la tía Escolástica les fueron transferidos por el resto del año a los bautisterios de las iglesias, los huecos de los árboles, las grietas de las fortalezas coloniales en ruinas”.

En muchas ciudades hay rendijas que reciben cartas. Por el portal del Corso Sant'Anastasia en Verona se tiene acceso a una sala llamada Club de Giulietta. Ahí, jovencitas de todo el mundo dejan sus cartas a Julieta, que se depositan en cajas de madera del vino de Valpolicella, distribuidas según su idioma: inglés, alemán, español, ruso, japonés y varios más. Las escritoras del club responden las cartas, donde se plantean dudas y conflictos amorosos, para hacerlas llegar a destinos de todo el mundo, con las respuestas que hubiera dado Julieta, el personaje de Shakespeare. Quizá esas cartas de retorno devuelvan las ganas de vivir a quienes sienten el corazón adolorido por el mal de amores.

El muro de los lamentos en Jerusalén, vestigio del templo construido a principios de la era cristiana por Agripa II, es el lugar más sagrado del judaísmo. A esta larga pared de piedra llegan judíos del mundo entero para orar y depositar sus plegarias en pequeños papeles que se colocan entre las rendijas del muro. Es su manera de comunicarse con el Todopoderoso.

Busque usted en los bloques de sí mismo hasta encontrar las rendijas que lleven a su vida interior. Quizá reciba la agradable sorpresa de ser iluminado por la potente luz de Dios, que estaba atrapado en los cajones de su mesa de noche.

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