Todos conocen al monstruo, engendro de su creador, el doctor homónimo. Lo que tal vez no recuerden es el sonsonete tropical que en mis tiempos tepiteños repetía incesante: “pasito tun tun, pasito tun tun…”, el que —pa´darle más sabor— se bailaba con una mano en la cintura y la otra marcando círculos cadenciosos en el aire, mientras con los pies se dibujaban dos pasitos pa´lante y dos pasitos pa´tras, de tal manera que, al final del baile quedabas donde habías empezado. ¿Se imaginan a la criatura frankensteiniana bailando el tun tun a las de acá?

Si no pueden, ayúdense pensando en la reforma laboral que ahora a todos nos ocupa: se trata de una pedacería de aquí y de allá; que al final abrirá los ojos y habrá de caminar, pero como un verdadero adefesio. Agréguenle el bailecito y tendremos un cuadro verdaderamente patético.

A ver: para nadie es ya un secreto que un asunto tan importante para la inmensa mayoría de los mexicanos está siendo discutido a lo salvaje y en un plazo absurdamente corto. Porque está claro que con el novedoso pretexto de la “iniciativa preferente” el presidente saliente, Calderón, le puso enfrente una zanahoria envenenada al entrante Peña Nieto. El panista, que no se atrevió a hacerlo durante seis años, salva ahora la cara ante los empresarios con una iniciativa que a leguas los favorece. Pero al mismo tiempo pone a prueba al peñanietismo que representa “la nueva cara del PRI” y lo confronta al priísmo más dinosáurico representado por sus sindicatos más poderosos afiliados corporativamente al propio PRI.

Porque está claro que no se trata de una discusión técnica en la que estén en juego las mejores opciones del país para aumentar la productividad, todas debatibles: nuevas formas de contratación, como periodos de prueba, pago por hora, legalización de la subcontratación, facilidades para el despido, límites al derecho de huelga y máximos en el pago de salarios caídos, entre otras simpáticas iniciativas.

En paralelo, está el segundo paquete que tiene que ver sustancialmente con los sindicatos y que incluye propuestas espinosísimas para los corporativistas: democracia sindical, es decir, elecciones por voto libre y secreto y ya no más a mano alzada; la eliminación de la cláusula de exclusión en que un trabajador eliminado del sindicato lo es en automático de las empresas; que los estados financieros de los sindicatos sean dictaminados anualmente por un auditor externo y, lo más peliagudo, que los resultados de esas auditorías sean difundidos ampliamente entre los miembros del sindicato.

La discusión, pues, se ha partidizado y en ello la posición más cómoda es la del PAN, que simplemente insiste en que la reforma calderonista debe ser aprobada tal cual, sin cambiarle una sola coma. En el otro extremo el rechazo también automático del bloque de izquierda que, sin embargo, se debate entre serle fiel a sus principios de solidaridad de clase trabajadora y la nueva imagen ebrardiana supuestamente moderna y mucho mas cercana a los empresarios.

Peor aun la disyuntiva del PRI que ha de aliarse obligadamente al pancalderonismo en el paquete de reformas proempresariales en busca de una primera muestra de modernidad. Pero, al mismo tiempo, tiene que enfrentar un desgarramiento interno con uno de los tres pilares de su partido que es el sector obrero, del cual tendría que obtener al menos lo referente a las votaciones libres y secretas, para dar la impresión de que esa parte del PRI es democrática y abierta a los cambios. Lo que parece infranqueable es que esos sindicatos tricolores acepten que alguien, quien sea, meta mano en sus sacratísimas arcas que, por lo demás, siempre se abren generosas —remember Pemexgate— para financiar las campañas del PRI, algo que la cúpula priísta tampoco quiere perder.

Total que, con tantos intereses en juego, al final podríamos tener una reforma laboral representada por un Frankenstein bailando cadencioso el pasito tun tun. Gracioso o grotesco, según se quiera ver.

Periodista

Google News