Muchas veces he hablado de los jóvenes en esta columna, de los retos enormes que enfrentan, independientemente de cuál sea su nivel sociocultural. Un sacerdote irlandés mencionaba en una plática que mientras que para las anteriores generaciones el peligro se encontraba downtown, refiriéndose al centro de la ciudad, hoy se encuentra downstairs, es decir, dentro de la misma casa.

Sabemos que las adicciones entre este grupo etario aumentan cada día, y que inician cada vez a menor edad. Sabemos de los ninis, del número de madres precoces y de la deserción escolar. Las autoridades asumen que estos problemas sociales no pueden resolverse en su totalidad por falta de recursos. Sin embargo, hay mucho que se puede hacer por nuestros jóvenes, simplemente cambiando de actitud, siendo creativos y erogando pequeñas sumas de dinero.

Nuestra generación vivió con una idea muy sólida de lo que era la autoridad paternal, y vaya que nuestra generación vivió inmersa en cambios culturales, productos de los movimientos sociales inciados a finales de los años cincuenta y que perduraron en los sesenta y a principios de los setenta. El movimiento hippie, las revoluciones en Latinoamérica, la Guerra Fría, la inserción del psicologismo, el pensamiento New Age, por sólo señalar unos cuantos. Sin embargo, para la gran mayoría de nosotros, lo que decían los padres era ley y no había forma de poner en tela de juicio sus órdenes o lo que motivaba tales decisiones.

Actualmente, se enseña en las escuelas cuáles son los derechos de los niños y cómo hacerlos valer, lo que me parece loable. No obstante, si queremos tener ciudadanos productivos y fuertes, es menester que también conozcan y asuman su esfera de responsabilidades.

Una madre de familia me contaba que su hija, ahora de 12 años, comenzó a amenazarla hace dos con acusarla ante el DIF por maltrato, tan sólo porque la obligaba a realizar sus tareas y le imponía límites. Así, en la mente inmadura de los pubertos, puede crecer una idea de revancha contra la autoridad que les impide hacer su santa voluntad, explotando contra sus progenitores, utilizando los derechos de los niños como una herramienta peligrosa. Algunos hasta pueden suponer que encontrarán una mejor vida con otros padres o que viviendo a su aire serán mas felices, lo cual es una falacia.

Urge crear una red protectora para los jóvenes que ya están en problemas. Las madres adolescentes, por lo general, dejan los estudios y son estigmatizadas, por lo que sus posibilidades de desarrollo futuro quedan truncas. La solución no está en segregarlas de las escuelas, sino en mantenerlas en ellas, creando un sistema de guarderías participativas. Las guarderías pueden estar dentro de las mismas escuelas, requiriendo tan sólo de una enfermera que enseñe a las madres adolescentes cómo cuidar de sus hijos y que éstas se turnen en sus horas libres para cuidar de todos los niños de sus compañeras. El mobiliario es mínimo. Este grupo sería, al mismo tiempo, un grupo de terapia y aprendizaje.

Blindemos los derechos de nuestros niños, creando una esfera jurídica para su protección, a fin de que el DIF realice un examen exhaustivo de cada caso, investigando todas las circunstancias que rodearon la denuncia, antes de desintegrar a una familia.

¡Nuestros hijos necesitan más disciplina y menos pretextos, padres presentes y resilientes, y menos redes sociales!

Enseñemos a nuestros hijos a luchar por sus sueños.

Analista políticaanargve@yahoo.com.mx

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