Bailar, cantar y platicar de la muerte; comer con ella; reírse de ella. En los panteones mexicanos, el dos de noviembre, los colores saturan la pupila de los visitantes y los sonidos de música, cantos y conversaciones colman el ambiente. En el mismo sitio compite la presencia de la muerte y la tenacidad de la vida.

En torno a las tumbas se reúne el círculo familiar y las amistades más cercanas del que inerte ocupa un lugar en la tierra, ahí se degustan platillos, se escuchan declamaciones o interpretaciones de aquellas melodías que le gustaban al difunto; mientras, con flores y papeles de llamativos colores se adorna el lugar.

Ese día es un día de fiesta y reflexión en todo el territorio mexicano, los aromas y sabores, el calor de la vida y el sonido se funden con el silencio sepulcral de los ausentes, es el día en el que la vida sale victoriosa ante la presencia de la muerte, pero en el que la muerte nos recuerda que implacable ella será nuestro destino.

“La muerte no es el fin de todo sino la línea en donde principia la vida en otro mundo”, decían nuestros abuelos, seguramente a ellos se los dijeron los suyos y nosotros se lo diremos nuestros nietos.

¡Festejemos pues! Con la seguridad de que quienes se nos adelantaron en el camino siguen formando parte de nuestras vidas a través de las raíces y la sabia que nos alimenta. La intangibilidad de quienes murieron no impide que estén siempre presentes, nuestra existencia es prueba de ello.

El dos de noviembre las y los mexicanos, reflexionamos sobre la fragilidad de nuestra existencia en medio de un ambiente festivo un tanto irreverente, sin perder de vista que asimismo es una forma de agradecer la maravillosa oportunidad de vivir.

Decía el filósofo Galeano que “los seres humanos no estamos formados por átomos sino por miles de historias”, que fueron escritas por y con aquellos que se cruzaron un momento en nuestra existencia, recordar a quienes no podremos volver a ver es una forma de honrar la vida.

“Recordar es volver a vivir”, dice un viejo adagio pero frente a la muerte recordar es vivir la nostalgia, en este día de Muertos ella invadió mi corazón.

Queridos lectores, aprovechemos cada minuto en esta dimensión para escuchar con atención a los compañeros, amigos y familiares que atraviesan un momento nuestro camino, disfrutemos la vibración que produce su voz, sin duda es irrepetible e invaluable. El día que tengamos que enfrentar el silencio producto de su ausencia lo comprenderemos irremediablemente. Lo que yo daría por volver a escuchar la voz de mi madre y de mi hermana, ahora sólo puedo tratar de encontrar su vibración en mi corazón.

En este día de muertos, en muchos hogares hubo rezos, yo sólo en una sentida oración pedí por los seres vivos cuyos pasos han acompañado los míos y por los que se me adelantaron en el camino.

En este día especial y en todos los demás hay mucho que agradecer, en mi caso la salud, el amor, la familia y también ese dolor incontrolable provocado por quien padece alguna injusticia social, ese dolor que es parte de mi y que a veces, con sinceridad, quisiera no padecerlo pero que al padecerlo exige la participación comprometida como el único antídoto para calmarlo.

En estos días alguien me preguntó: ¿Cómo quieres que te recuerden cuándo tú mueras? Yo le contesté quiero que me recuerden buscando trascender realizando actos en contra de quienes desde el poder desprecian la vida, que me recuerden interpelando a la muerte y cuestionando la vida.

Quisiera que mi epitafio dijera: “Aquí yace la irreverente, la insolente, la que amó profundamente todo lo que le rodeaba, la que creyó que un mundo con justicia y dignidad para todas y todos era posible y perseveró en ello hasta el final”.

Google News