Si uno pudiera ver su propia vida desde las alturas, como algunos afirman haber hecho en viajes astrales, uno vería que no vive solo: estamos rodeados de personas amadas, compañeros de trabajo, vecinos, gente que se une a nosotros en los recorridos a la escuela o la tienda, como gotas de agua que forman el río que fluye en las calles.

Si cada quien es un punto y hay líneas imaginarias que nos unen, las figuras resultantes son semejantes a las constelaciones de astros en el cielo nocturno. De ahí que los sociólogos, en complicidad con los creadores de sistemas computacionales, hayan desarrollado las redes sociales.

Es verdad: algunos individuos son más reacios a reunirse con otros. También hay quienes necesitan de la compañía como del pan de cada día. Nuestras diferencias nos separan, pero vivimos las historias creadas por otros al leer el mismo libro o al ver la película que nos recomendaron, sin tener conciencia de la cantidad de personas que también la están viendo. De ahí la importancia del mensaje entre renglones o escenas.

Dulce María Loynaz fue una autora cubana. Tiene un poema llamado “Cárcel de aire” que dice: “Red tejida con hilos invisibles, / cárcel de aire en que me muevo apenas, / trampa de luz que no parece trampa / y en la que el pie se me quedó entre cuerdas / de luz también... Bien enlazado”.

La magia de la poesía radica en su inmensa posibilidad de interpretar los versos escritos por otros para comprender mejor nuestra vida.

No hay una única explicación para cada lectura, ni el lector podrá darle el mismo sentido a cada poema a lo largo de los años. Lo que interpretamos en la adolescencia será diferente del significado del mismo texto años después. Hay que pasar por el dolor para comprender las palabras que lo definen. Si el espíritu parece a veces atrapado en una cárcel de aire, la mente comprenderá lo que dice Loynaz. Pero si todavía no hemos tenido esa vivencia, el poema nos ayudará a enfrentar mejor la adversidad cuando llegue.

El argentino Roberto Juarroz, quien murió en 1995, no pudo ver el desarrollo del internet y el cambio que hemos vivido desde que las computadoras pasaron de ser máquinas inmensas a pequeñas cajas que incluyen un teclado y una pantalla luminosa. Hoy son objetos cotidianos, extensiones de las manos y reflejo de la realidad. Dice Juarroz: “Una red de mirada / mantiene unido al mundo, / no lo deja caerse. // Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos, / mis ojos van a apoyarse en una espalda / que puede ser de Dios. // Sin embargo, ellos buscan otra red, otro hilo, / que anda cerrando ojos con un traje prestado / y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo”.

Luis Cernuda, poeta español, encontró su vocación temprano en la vida: cuando tenía nueve años, supo del traslado de los restos de Gustavo Adolfo Bécquer y se dio cuenta de la importancia de la poesía. Así como hay niños que quieren ser médicos porque sus padres buscan los consejos de sus doctores y expresan su gratitud hacia ellos, también hay familias que aprecian la literatura, leen cuentos a los pequeños en su cama y les hacen aprender de memoria estrofas que quedan en su memoria. Cernuda tiene otra visión de las redes: “He venido para ver la muerte / y su graciosa red de cazar mariposas, / he venido para esperarte / con los brazos un tanto en el aire, / he venido no sé por qué; / un día abrí los ojos: he venido”.

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