El avión está por irse, y entre la gente que pasa arrastrando sus maletas, “Yahendry” fuma incansablemente.

Hace meses llegó a la Ciudad de México por la misma terminal por la que ahora se va con ojos llorosos. La crisis venezolana había puesto su vida de cabeza. Su pareja la abandonó cuando ambos se quedaron sin trabajo y sus hijos mostraron síntomas de desnutrición.

A través del consejo de dos clientas de la peluquería en la que había trabajado –quienes la convencieron de que para una mujer sola y con dos niños no había en Venezuela más salida–, “Yahendry” se dedicó a laprostitución.

Pero la crisis siguió y pronto “escasearon hasta los clientes”. “Ser dama de compañía dejó de ser negocio y se volvió más peligroso que nunca”, recuerda la joven de 28 años, mientras aspira una y otra vez su cigarrillo.

Relaté ayer que “Yahendry” le pidió a una venezolana que había conocido en Facebook –“Fabiana”– que la trajera a trabajar a México. “Fabiana” le pidió que mandara unas fotos para mostrárselas al “jefe”. El “jefe” las vio y estuvo de acuerdo. Le pagaron el importe del boleto.

“Fabiana” y su pareja, un mexicano al que llaman “Alex”, la esperaban afuera del aeropuerto. “¿Ya sabes a qué vienes? ¿Estás consciente?”, preguntó “Alex”. “Yahendry” asintió.

De camino al departamento de la colonia Escandón en el que vivían otras dos jóvenes venezolanas, “Alex” y “Fabiana” explicaron a la recién llegada cuáles eran las reglas. Consistían básicamente en “no pasarse de lista”.

Al igual que las otras compañeras, “Yahendry” debía pagar con su trabajo la deuda que había contraído, así como los gastos que iba a originar. Debía aportar, también, una parte de sus ganancias para “la agencia y el jefe”.

“Alex” y “Fabiana” le compraron ropa atractiva, zapatos, extensiones. Le pintaron el cabello y le pusieron lentes de contacto de color verde. En el departamento de la Escandón conoció a “Yulimar” y a “Wuandy”, jóvenes a las que también habían enganchado por Facebook.

A “Yahendry” le tomó unas horas entender que sus anfitriones habían diseñado un sistema de multas basado en el espionaje realizado por las propias chicas. Cada falta era sancionada con 500 pesos. Todo se sumaba a la deuda.

La noche de su primer día en México la llevaron a un table dance de la Zona Rosa, el París Bar. Desde esa vez –en la que hizo dos servicios, algunos privados y varios fichajes– le quitaron la mayor parte de sus ganancias. Antes que nada había que pagar la deuda, le dijeron.

“Desde el primer día, a ellos les salió lo peor”, recuerda “Yahendry”. Las jóvenes recibían golpes, malos tratos, amenazas: “A ‘Wuandy’ le estrellaron una vez la cara contra la mesa”.

La recién llegada tuvo semanas buenas, en las que ganó 10 o 15 mil pesos. Luego hubo semanas malas, en las que no reunió más de 6 mil.

“Alex” le dijo que era mejor probar en la página zonadivas.com. Le tomaron unas fotos, por las que le cobraron 18 mil pesos, y las subieron a la red.

Pero “Yahendry” no era solicitada siempre. “Alex” la amenazaba: “Tengo la dirección de tus hijos”, y la urgía a pagar, “siempre a pagar”. “Me decía que no anduviera con pendejadas, que lo hiciera con condón o sin condón. Que primero estaba la cuota”.

Una noche, agentes federales tocaron la puerta. Le dijeron: “Recoge tus cosas. Estás en peligro”. Habían interceptado el Uber en que “Yulimar” se dirigía al table. Una de las chicas le había contado a un cliente la situación en la que estaban. “Yahendry” ignora si aquel cliente hizo una denuncia, o era un policía.
En cuanto irrumpieron los agentes, la tercera habitante del departamento, “Wuandy”, tomó su teléfono y le envió un mensaje a “Fabiana”, con la intención de pedirle instrucciones.

“Fabiana” le ordenó borrar todos los mensajes, eliminar las fotos. “Borra todo ya”. Pero no pudo hacerlo: uno de los agentes le recogió el teléfono. Estaba lleno de información.

“Alex” acaba de ser detenido. “Fabiana” aún se encuentra prófuga.

Con apoyo de la organización Unidos Vs. Trata las chicas fueron llevadas a un sitio en el que podrán iniciar otra vida. Ambas habían oído de otras jóvenes venezolanas que se hallaban en departamentos de la Nápoles y la del Valle. “Éramos parte de una cosa más grande”, me dijo “Yulimar” con los ojos apagados.

Pedimos la cuenta. Supe que me llevaría un rato olvidar el velo negro que vi en su mirada.

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