Hay una guerra de narrativas. Una de las partes (Trump), indica que ISIS ha sido derrotada. La otra parte en cambio, ISIS, busca comunicar que goza de buena salud, que está en todas partes y que cualquiera de sus enemigos es una víctima en potencia. Ninguno de estos relatos es materialmente correcto. Sin embargo, esta es una pugna psicológica, que tiene mucho más que ver con cómo se habla, cómo se transmiten los mensajes, qué contenido tienen y cómo se sienten las audiencias que los reciben. El día de su toma de protesta, Trump se comprometió a “erradicar” al terrorismo de la faz de la Tierra. El haber concluido la labor de arrebatar a ISIS el territorio que controlaba en Irak y en Siria es sin duda un avance que él necesita mantener comunicando y explotando. El problema es que ISIS desea comunicar precisamente lo contrario. Así que independientemente de quién y cómo hubiese ejecutado los atentados de Sri Lanka, al estarlos reivindicando, ISIS los monta a su propio arco narrativo, y ofrece un relato que busca competir y vencer al relato que habla de su derrota. Esto hace que tengamos que analizar de manera vinculada pero independiente, la operación material de esos ataques, y el otro acto, el acto comunicativo, el cual consiste en la apropiación y utilización de estos atentados por parte del “Estado Islámico” para generar efectos psicológicos, simbólicos y políticos.

Primero, pensemos en el aspecto material, tanto de ISIS como de los ataques de Sri Lanka. Sabemos que ISIS llegó a controlar una tercera parte de Irak y la mitad de Siria. Sabemos también que, gracias al combate por parte del ejército iraquí, el sirio apoyado por Rusia, Irán y sus milicias chítas, además del combate efectuado por la coalición internacional liderada por Washington asistida por fuerzas locales mayoritariamente kurdas, ISIS perdió ya el 100% de ese territorio que ocupaba. Además, perdió rutas de abasto y comercio, capacidad de financiamiento, capacidad de reclutamiento entre muchos otros factores de poder. No obstante, a lo largo de sus años de apogeo, esa organización logró arrebatar a Al Qaeda el liderazgo de la jihad global, estableció filiales en distintas partes de Asia y de África, células mayores y menores en distintos países como los europeos, atrajo a decenas de miles de combatientes procedentes de muy diversas regiones, y consiguió establecer lazos virtuales con miles de individuos que le siguen y han probado atender a sus llamados para cometer atentados en sus localidades. Esto hace que, incluso tras sus derrotas, ISIS hoy conserve unos 20 a 30 mil combatientes en su centro operativo (Siria/Irak) desde donde, por cierto, se mantiene cometiendo atentados (18 solo en las primeras tres semanas de abril en esos dos países), además de operaciones en unas 26 naciones (según registros de los dos últimos años).

Luego, si revisamos los ataques de Sri Lanka desde el punto de vista táctico, es en efecto impensable que un grupo local casi desconocido y con ninguna experiencia en la ejecución de atentados terroristas coordinados, simultáneos y de semejante magnitud, hubiese podido hacer lo que hizo sin apoyo de una organización internacional. El sello de una agrupación como ISIS está en todos lados, desde la planeación, la selección de la fecha, los blancos, la ubicación y manejo de una audiencia-objetivo global mediante atracción de medios internacionales, hasta cada detalle en la operación de los ataques, incluidos los explosivos empleados para causar la mayor cantidad de muertos y heridos, y así conseguir el impacto buscado.

Dicho lo anterior, sin embargo, lo que sabemos es que estos atentados fueron perpetrados por ciudadanos de Sri Lanka, no por extranjeros y que, por tanto, el involucramiento real de ISIS está por determinarse. El apoyo pudo darse a través de capacitación y entrenamiento ya sea en el país de los atacantes, en el centro operativo de ISIS o alguna de sus filiales. Hay información de que una treintena de cingaleses había viajado a Siria e Irak para luchar en las filas de la organización, algunos de éstos pudieron haber regresado para poner en marcha los atentados. También tenemos ya distintos antecedentes de la planeación y ejecución de ataques a través de la unidad digital de ISIS que busca, recluta, y capacita a los atacantes, además de dirigirlos, todo a distancia. O bien, podríamos estar ante una combinación de esos elementos.

Con todo, la parte esencial va más allá de las siempre lamentables víctimas directas e indirectas, y lo ocasionado a Sri Lanka o el estado de tensión en el que se encuentra ese país en particular. Al reivindicar los ataques, ISIS consigue posicionar de manera efectiva el mensaje de que sigue viva, con capacidad de dañar, incluso en esos países en donde anteriormente no había atacado (hace muy pocos días reivindicó un atentado en el Congo, también por vez primera). Como lo hemos explicado, esto consigue un doble efecto. De un lado, se propaga un estado de terror que viaja lejos de Sri Lanka y que logra un sentimiento de vulnerabilidad y de víctimas en potencia en decenas de países, lo que genera presiones psicológicas e incluso políticas entre distintas sociedades. Del otro lado, ISIS consigue proyectarse como vigente y relevante, como una organización que resiste ante el embate de coaliciones de países y superpotencias pues la jihad que representa está destinada a sobrevivir ante sus enemigos. Este mensaje es muy atractivo, tanto para seguidores suaves (quienes, si bien quizás no coinciden en los métodos empleados, sí coinciden en las metas de la agrupación o al menos en parte de ellas y justifican su violencia), como para seguidores duros quienes terminan ofreciendo su lealtad a la organización. Más aún, ISIS consigue presentar los ataques de Sri Lanka como una “venganza” ante los atentados cometidos en Nueva Zelanda por un supremacista blanco contra musulmanes, siendo que muy probablemente la planeación y puesta en marcha de lo ocurrido el pasado Domingo de Resurrección precede a los atentados de Christchurch. Pero gracias a ese mensaje que liga ambos hechos, la agrupación se apunta una victoria discursiva adicional entre determinados sectores de las comunidades musulmanas en el globo.

En efecto, mucho se ha escrito acerca del terrorismo, de sus motores y causas, y acerca de potenciales estrategias para combatirle. Pero de todo, quizás lo más importante es entender el funcionamiento de este tipo de actos comunicativos cuyo objetivo es provocar impactos en la psique colectiva de sociedades enteras, tanto las directamente afectadas, como otras mucho más alejadas, a quienes, como escribe Zimbardo, el monstruo se les ha colado en la alcoba, en el armario, bajo la almohada. Esas otras víctimas, las de los efectos psicosociales, no parecen ver el final de la historia, aunque políticos como Trump sigan declarando la victoria.

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