Versión resumida del comentario del libro “Todos somos autodefensas: el despertar de un pueblo dormido” que se presentó el 19 de abril en la UAQ.

En la película La Ley de Herodes hay una escena que ejemplifica lo que es la autoridad política en México. El secretario de Gobierno, López, le pide al político novato que lo empuje levemente; Varguitas lo hace y por respuesta recibe un fuerte puñetazo. “¿Ves? Esa es la autoridad”, explica el didacta político priísta.

Hoy, si quisiéramos recrear esa metáfora, la primera duda que tendríamos sería quién sería la autoridad; el mismo político tradicional o un representante del crimen organizado. Hoy, recreando esa imagen, un político y un sicario serían quienes golpearían al ciudadano para explicar quién es la autoridad. El Estado ya no detenta lo que Weber llamó el “monopolio de la violencia”. No es el Estado el único que cobra impuestos, el crimen organizado también lo hace con las extorsiones cotidianas a los ciudadanos.

Ante esto, ¿cuál debería de ser esta respuesta? ¿La de quedarse sumiso o asumir una actitud de defensa, o autodefensa y devolver el golpe a quien no es autoridad? Pues bien, eso es lo que se han planteado en Michoacán con el doctor José Manuel Mireles.

A propósito, el poeta Octavio Paz, distinguía entre Revuelta, Rebelión y Revolución. En tanto, Enrique Krauze, en su Biografía del Poder le pone referencia geográfica a esa distinción semántica. En la formación del siglo XX mexicano, Michoacán aporta la Revolución, “el cambio brusco y definitivo de los asuntos públicos”, “ungida por la luz de la luz de la idea, la revolución es filosofía en acción, critica convertida en acto, violencia lúcida”.

Tras la violencia de la revolución, el Estado mexicano, ese Ogro Filantrópico como lo llamó el propio Paz, mantuvo una ficción de paz. Un sistema que premiaba y castigada, pero que formalmente mantenía, como Estado, el monopolio de la violencia, que menciona Max Weber.

Represión a los disidentes, guerra sucia a los guerrilleros y a los que entraban dentro del sistema el premio por la lealtad a la revolución institucionalizada.

A finales de siglo, veíamos a la democracia como un arcoíris en cuyo final estaría una olla quizá no de oro, pero sí de estabilidad, paz y crecimiento a través del voto.

Algo se rompió en el frágil orden. Fox, un personaje que no estuvo a la altura de su momento histórico y hoy su lengua lo hunde en las arenas movedizas de la memoria.

Tras la sospechosa elección de 2006, donde emergió Felipe Calderón carente de legitimidad, otra vez un concepto weberiano, en su afán de obtenerla, declara la guerra al narcotráfico, al crimen organizado.

Y es cuando el orden se rompe. La guerra y los soldados en la calle disparando ya no eran imágenes lejanas en los noticieros que sucedían en otras partes del mundo. Estaban aquí y ahora en nuestro México.

La aparición de la Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios vino a reconfigurar un nuevo orden en Michoacán. En el caso de los Templarios, su negocio ya no era solamente el tráfico de droga, sino el derecho de cobro de piso, de adueñarse de las productivas tierras de los michoacanos.

El cambio de gobierno federal de Calderón a Peña no solucionó nada. Michoacán, nuevamente tomó la iniciativa y los ciudadanos ante la ausencia de un Estado capaz de brindar seguridad, optaron por ellos mismos obtener justicia y restablecer el orden.

Las autodefensas se habían hecho públicas. El reclamo nacido desde el subsuelo de la sociedad mexicana salía una vez mas a reclamar al gobierno su falla. Y, paradójicamente, para recuperar la paz, tienen que hacer la guerra. Y vienen las batallas por recuperar sus tierras, sus pueblos, por devolver la tranquilidad a su gente. Batallas que vienen narradas en el libro Todos Somos Autodefensas. El despertar de un pueblo dormido, de José Manuel Mireles Valverde.

Allí se plasma la lucha de esta resistencia, de esta revuelta, rebelión y revolución juntas se han vivido en los últimos años en Michoacán y México.

Periodista y sociólogo.

@viloja

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