El Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, no se cansa de presumir sus virtudes en política, dice que: “él es honesto, no miente, no roba, no es corrupto”. ¿Qué delincuente reconoce ser deshonesto? ¡Nadie! ¿Por qué insiste tanto Andrés Manuel en que se le reconozca como político exento de maldad? En la práctica, no hay político que no sea malicioso, mal intencionado; características, sin embargo, esenciales para acceder al poder, los buenos no encuentran espacio, no son admitidos en política; los practicantes de la política luchan por acceder al poder, mienten para ganarse la confianza del electoral. López demuestra hasta el cansancio su falta de experiencia en el arte de gobernar, aunque diga que no se requiere mayor ciencia (miente); o bien, ha demostrado su sobrada malicia en la administración pública. Dice Claudia Palacios: “Mentirnos a nosotros mismos es más fácil que mentir a los demás, pero, a la larga, es aún más doloroso.”

En la práctica, son muchos los ejemplos que demuestran la perversidad del Presidente de la República entre lo que dice y la realidad; hoy practica el “yo tengo otros datos” para culpar, desmentir, justificar, ignorar, incluso eximir de responsabilidad, inventa, miente ¿Cómo mide Andrés Manuel su honestidad, de dónde parte para afirmar que él no roba ni miente? Las pruebas de su historial político dicen lo contrario. El informe del Secretariado Ejecutivo detalla el incremento delictivo; pero, el Presidente tiene sus propios datos. Mintió. Subjetivamente se autoevalúa y se acredita, se aprueba; se autocalifica lleno de virtudes, criterio que no comparte la mayoría de los mexicanos (salvo sus seguidores por supuesto); la sociedad no tiene los mismos resultados del examen de valoración de AMLO. Este miente constantemente, es deshonesto consigo mismo, no se conduce con verdad, o bien, tergiversa la realidad de lo hechos según convenga a sus intereses. Cualquier persona con sendas características mitomaniacas, sin duda alguna representa un peligro. Es un asiduo practicante de la pseudología fantástica, corresponde a un trastorno psicológico. Por esa razón, siempre evade la responsabilidad y culpa a los demás de sus incapacidades y errores.

Quienes saben del tema, afirman que las personas mienten entre 10 y 200 veces al día. Aunque hay algunos que superan la cifra: los llamados mitómanos o mentirosos patológicos. Anton Delbrueck, psicólogo suizo, dedicó la mayor parte de su vida al estudio de la mitomanía. Este trastorno lo padecen todas aquellas personas que adornan su vida de manera incontenible con anécdotas, historias o datos inventados que no corresponden a la realidad. Se trata de invenciones constantes y sostenidas en el tiempo. Un mitómano puede distinguir la verdad de la mentira. Además, sabe que el resto de personas pueden identificar sus mentiras por lo que se cubre las espaldas con un contexto real. Se irrita cuando ponen en duda algo que haya dicho o perciben alguna incoherencia, tal cual sucede con López Obrador. Si la respuesta es un cambio de tema brusco, si grita o se siente acorralado, podemos sospechar que lo que nos está contando es mentira; así reacciona Andrés Manuel en sus conferencias mañaneras, a cierta pregunta responde lo que le viene en gana. Si lo contradicen levanta la voz (grita), incluso amenaza.

La opinión de los entendidos en la materia es que enfrentar a alguien a su mentira es la mejor forma de detectar hasta qué punto esa persona sufre una patología diagnosticable. Cuando una persona siempre es la víctima o el héroe y la culpa siempre es de los demás, podemos deducir que estamos ante un mitómano. Por eso concluimos: Andrés Manuel López Obrador es un mitómano. Lo normal es que la mitomanía sea un mecanismo compensatorio de la baja autoestima. Las mentiras les sirven para buscar atención, admiración o reconocimiento; esto les ayuda a sentirse importantes en un grupo social concreto. Conclusión: Queda confirmada la mitomanía del Presidente de la República.

Analista legislativo. @HectorParraRgz

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