Ya la semana pasada hablábamos en este espacio de la enorme catástrofe ambiental que está ocurriendo en la selva amazónica, una catástrofe de consecuencias incalculables a nivel mundial. De acuerdo a un artículo de María Toledo Garibaldi, bióloga de la UNAM, los incendios amazónicos además de estar acabando con más de un millón de especies, también están teniendo un efecto directo en los patrones del clima. Ningún lugar del mundo está a salvo.

Más allá de lo que está pasando en el cono sur, en México también debemos poner atención a lo que aquí ocurre: debemos reflexionar sobre las riquezas que tenemos, y estamos perdiendo. Nuestro país es uno de los cinco países con mayor biodiversidad del mundo. El conjunto de plantas, animales y hongos representan 12% del total de especies del mundo. Por si esto fuera poco, las regiones de nuestro país albergan una de las mayores variedades climáticas y de ecosistemas del mundo.

Estas enormes riquezas naturales nos deberían llenar de orgullo y deberían tener un impacto directo en nuestros patrones de producción y de consumo. Sin embargo, esta no es la realidad. Tal parece que solo las comunidades indígenas valoran el tesoro natural mexicano, solo ellos lo cuidan, solo ellos se arriesgan para salvarlo: ya sea enfrentando a la iniciativa privada en su ímpetu extractivista y depredador; ya sea enfrentando al gobierno, como lo vemos ahora en las iniciativas ecocidas de la administración federal (Dos Bocas y Tren Maya, por nombrar las más paradigmáticas), donde los pueblos originarios son los que más cara le han plantado al delirio gubernamental.

Esta falta de cuidado y de amor por la naturaleza de muchos mexicanos (gobierno y sociedad por igual) se ven reflejados en uno de los datos que más nos debería llenar de preocupación y vergüenza: México ocupa uno de los primeros lugares en tasa de deforestación del mundo. Cada año México pierde aproximadamente un millón de hectáreas de bosques. Un millón de hectáreas. Una realidad que se verifica en todos los estados del país y que adopta su versión más cruel en los estados de Chiapas, Durango, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Oaxaca y Veracruz.

Como si está realidad no existiera o como si no fuera importante, el gobierno federal decidió, sin fundamento y sin consultar a nadie, recortar los recursos económicos para las brigadas contra incendios, esto en un país donde se registran siete mil incendios anuales.

Como legislador federal, he decidido centrar mis esfuerzos políticos en el tema medioambiental. Reducir y acabar con el uso de plásticos desechables, promover el reciclaje, proteger nuestros bosques. Mi lucha se ha dado en un espacio donde el tema ambiental es visto como un asunto de segundo o tercer nivel. Mis compañeros legisladores y el gobierno federal no se percatan, o no quieren percatarse, que esta omisión nos están encaminando a una crisis de proporciones catastróficas. Lo más doloroso es que no se necesita ser Finlandia o Suiza para hacer las cosas bien: los buenos ejemplos están muy cerca de casa.

Costa Rica, país pequeño y muy cercano a México, es un ejemplo de excelencia ambiental. Contrario a México (donde cada año nuestra mancha forestal se reduce), Costa Rica, en los últimos años, ha logrado algo impresionante: aumentar el 54% de superficie forestal. Las medidas para lograr esto son muy sencillas: proteger legalmente los bosques (bien protegidos, no con leyes maleables y adaptables), inhibir la quema de bosques con fines agrícolas (otra vez, contar con una buena legislación), y aumentar el financiamiento para proteger los bosques (impuestos a la gasolina para sembrar árboles, no para construir refinerías).

El camino es sencillo. Lo difícil es emprenderlo, más si el gobierno y la iniciativa privada hacen todo lo posible por impedirlo. Está en nosotros lograrlo; está en nosotros apoyar a las personas y a los grupos que sí buscan un México más limpio, un México más sano, un México que sí atesora su riqueza natural.

Diputado federal por Querétaro

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