Hace unos días, una querida amiga me preguntó por qué soy activista, “¿y has logrado algo?¿Se ha caído el patriarcado aunque sea un poquito?” No pude responder a sus preguntas sin reflexionar de dónde vengo y qué realmente estoy tratando de lograr.

Puedo decir con certeza que quienes hemos elegido el camino cuesta arriba de la lucha por los derechos humanos lo hemos hecho por razones complejas que son profundamente personales.

La razón por la que me importa la justicia social no es diferente. Desde muy joven me di cuenta de que no todo estaba bien en mi mundo cuando a las mujeres nos decían constantemente qué podíamos o no hacer, qué podíamos o no estudiar y que teníamos que limitar nuestra actividad profesional a nuestra única función, el ser madres. Pero sobre todo me di cuenta de que la sociedad esperaba que las mujeres aceptáramos la violencia que se ejerce en nuestra contra en todos los espacios como algo que viene con el territorio.

Cuando cumplí quince años tuve la suerte de encontrar en mi camino a una mujer feminista que me mostró un mundo donde las mujeres pueden desafiar la opresión, enfrentar al poder y movilizar a otras mujeres y otras personas desde la empatía y la solidaridad. Esa ha sido mi guía.

El empeño en derribar al patriarcado no ha sido fácil. Ha estado lleno de café malo, revisando políticas y programas públicos, redactando peticiones, sentada en mesas de trabajo interminables comiendo cuando se puede, siempre poniendo dinero de mi bolsa, porque para el activismo y la defensa de los derechos humanos nunca hay recursos.

Pero ¿qué estamos tratando de lograr las defensoras de los derechos de las mujeres? ¿Por qué nada nos da gusto?

¿Qué queremos? Lo que mis compañeras y yo queremos es que los gobiernos sean más empáticos y compasivos; que las mujeres resistan activamente los sistemas de opresión y exclusión, pero sobre todo que todas las personas se preocupen por los derechos humanos de hombres, mujeres, niñas y niños.

Si algo que he aprendido es que esto no se ha logrado desde la amabilidad, ni desde pedir las cosas por favor, ni desde el aplauso y la lambisconería. Los cambios que hemos logrado han requerido muchos choques frontales con el poder y los poderosos.

Lo que me mueve no es la opinión que otras personas tienen sobre mí. Me mueve la convicción de que la erradicación de la violencia contra las mujeres requiere de muchas voces gritando al unísono frente a la incompetencia, la incapacidad y la indolencia de las autoridades. Me mueve que las jóvenes caminen seguras por las calles, que las niñas sepan que sus sueños son alcanzables, que las mujeres entiendan que tienen derecho al descanso, a la misma paga por el mismo dinero y a una vida libre de violencia.

El gobernador Mauricio Kuri dijo hace poco que el periodismo debe hacer sentir incómodas a las autoridades para que estas se preocupen por dar buenos resultados. El activismo también. Por eso soy incómoda. Porque soy activista.

Titular de Aliadas Incidencia 
Estratégica e integrante de la 
Red Nacional de Alertistas. 
Twitter: @mcruzocampo 
FB: maricruz.ocampo

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