Lydia creció en una zona dominada por maras de una pequeña ciudad en Honduras. Cuando tenía 14 años de edad, miembros de una mara la secuestraron, la llevaron a una propiedad abandonada y la violaron. Se escapó y se lo dijo a su madre, que llamó a la policía. Como resultado de la violación, Lydia quedó embarazada. Los hombres que la violaron fueron liberados de la cárcel y amenazaban con matarla. Lydia y su madre se trasladaron a otra ciudad, pero los mareros las siguieron y continuaron amenazando a Lydia. Lydia se vio en la obligación de migrar para salvar su vida.

En todo el mundo, unos 50 millones de niños y niñas están en movimiento, 6.3 millones de ellos en algún lugar de las Américas. Para muchos, la migración es una experiencia positiva. Todos los días, los niños y sus familias migran por motivos escolares, laborales o familiares. Lo hacen de forma voluntaria y segura.

Sin embargo, en casos como los de Lydia, la migración no es ni voluntaria ni segura. Alrededor de 28 millones de niños y niñas han sido expulsados ​​de sus hogares por algún conflicto, mientras que muchos otros se han visto obligados a desplazarse por la violencia cotidiana, el cambio climático, la pobreza o la falta de oportunidades. Y detrás de cada uno de esos números hay un niño o una niña, una vida, unos sueños…

Millones de niños y niñas no tienen acceso a sistemas de protección adecuados o rutas seguras y regulares para migrar, por lo que recurren a contrabandistas, traficantes o rutas informales peligrosas, lo que los pone en un riesgo terrible. Son víctimas de la violencia, el abuso, la explotación y la falta de acceso a servicios esenciales.

Ayer 18 de diciembre, fue el Día Internacional del Migrante. Hubo discursos y eventos para celebrar las contribuciones positivas de los inmigrantes a la sociedad, y así debe ser. Pero al mismo tiempo no debemos olvidar que, todos los días del año, un número incontable de niños y niñas migrantes recibe un trato que las sociedades nunca aceptarían para sus ciudadanos. Esta situación es intolerable y no puede continuar: las políticas, las prácticas, los comportamientos y las actitudes pueden y deben cambiar para garantizar que se respeten los derechos de todas las Lydias del mundo, en sus países de origen, en aquellos que atraviesan, en los países de destino, y también cuando son devueltos al punto de partida…

Debería ser una obviedad, pero no lo es: una niña, un niño, ya sean refugiados o migrantes, son ante todo niñas y niños que tienen derecho a protección, cuidado y todo el apoyo y los servicios necesarios para prosperar y desarrollar todo su potencial.

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