Hace muchos ayeres el Colegio de México comisionó a dos profesores para participar en un evento sobre México organizado por el Centro Internacional Meridian de Washington. Me correspondió la explicación de la naturaleza y funcionamiento de nuestro régimen político. Propuse una transición hacia la democracia indispensable para el ejercicio de la soberanía popular y el arribo a la modernidad. Por su parte el ex canciller Jorge Castañeda padre, formuló una definición memorable: “toda la política exterior mexicana: multilateral, bilateral, política, económica y cultural está orientada a compensar la gravitación de EU sobre México”.

En el México de hoy es menester un viraje radical de la naturaleza y funcionamiento del régimen político. Ello es posible si se mantiene el apoyo social al gobierno que en las elecciones obtuvo el 53% de la votación y que en menos de un año ha elevado su popularidad al 76%, refutando la añeja teoría del desgaste inevitable de los gobiernos una vez que han llegado al poder.

Lo esencial es mantener una política exterior propia, ejercida con independencia. El activismo internacional puede degenerar en una serie de políticas inconexas y de ocurrencias. Una conducta articulada y consistente hacia el exterior nos otorga la autoridad necesaria para defender con firmeza y efectividad el interés nacional. Para ello requerimos de un consenso social que soporte nuestras acciones en el plano regional y mundial. La contribución de nuestros actores internos en la consecución de esas políticas. Los campos de acción son amplios.

Es anacrónico e inadmisible que se siga sometiendo al mando exclusivo del Ejecutivo Federal. Todos hacemos política exterior; cualquiera que sea nuestra conducta esta influye en la imagen de México. Como les decía a mis colaboradores diplomáticos: nunca olviden que cada uno de ustedes tiene la banda tricolor en el pecho. Además, la diáspora demográfica del país incrementa nuestra presencia en el mundo. Es México una nación que transciende con mucho sus fronteras territoriales.

El mundo es hoy menos ancho y menos ajeno. Caminamos hacia la creación de una ciudadanía universal y la rígida bipolaridad está siendo borrada del mapa. La expansión de la República Popular de China y la Federación Rusa empiezan a defender la independencia de los Estados, aunque no todavía la de los pueblos. El cuarto ingreso de México al Consejo de Seguridad es un signo alentador. Quedaron atrás las pretensiones de aislacionismo que ocultaban la sumisión tras el silencio. El ala mojigata de la Secretaria de Relaciones Exteriores nunca quiso que desplegáramos una política exterior de gran alcance y se contrajo a una política defensiva, firme en ocasiones pero siempre aldeana.

En el Consejo de mi época unificamos a los 7 países del llamado Tercer Mundo, con lo que adquirimos un derecho virtual de veto, ya que se requieren 9 para adoptar una resolución. Contamos además —invariablemente— con la solidaridad de China y juntos podíamos ejercer dos vetos. Esa fue la mayor resaca política que acompañó la descolonización. El tema crucial por dirimir es la estructura financiera internacional determinada en la reunión de Bretton Woods de 1944. Otros muchos asuntos requieren un nuevo enfoque global, como la migración, el libre tránsito de las personas y la promoción de los derechos humanos; el llamado frente de expansión internacional en el que debiera insertarse una diplomacia mexicana recia y talentosa.

Presidente de la Cámara de Diputados

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