Se ha preguntado usted, juicioso lector, porqué casi todas las grandes rockeros dejaron la comodidad de su sofá, el churro y la botella de whisky, y salieron a hacer la calle (como dicen los españoles).

Por qué, de la noche a la mañana, los músicos de todos los calibres, se montaron escenarios para organizar conciertos de todo tipo, colores y tamaños.

Desde hace un par de años Bob Dylan está de gira permanente, vive en el camino, con su guitarra y su sobrerito raro.

Los ancianos de Los Rolling Stone, seniles y arrugados, dan conciertos masivos y no creo que sea por gusto.

Desde hace tres décadas, los grupos están en un frenético movimiento, se la viven de tour, con disco o son discos.

Seamos un poco sensatos y pensemos que es imposible que el pobre de José José, sin voz y sin dignidad, diga que no puede dejar el escenario porque es su vida.

Que Julio Iglesias, con sus mil y un año diga que todavía levanta pasiones y que por eso está de gira con cada disco que produce, da ternura y un poco de risa.

Que los señores de Menudo, ídolos de los años 80, ya panzones y sin pelo, salgan nuevamente a cantar y bailar como niñas de secundaria debería penalizarse con años de cárcel.

Los músicos y las bandas dan conciertos en vivo porque no les queda de otra, porque la venta de discos no es negocio ahora y no lo es desde hace muchos años.

La industria de la música grabada se desplomó gracia a Internet y a la saturación del mercado gracias a la piratería, vía el ya extinto MP3.

Hace tres décadas, un economista francés vaticinó el desastre de la industria musical. Se llama Jaques Attali.

Este hombre escribió un libro Ruido: la economía política de la música y el diario El País de España lo rescató en un artículo que ha circulado en rede sociales a la mano de quien quiera entender el universo musical en la actualidad.

Pronto dijo Attali “vamos a tener tal cantidad de música grabada que cesará de tener valor...”.

Poco tiempo después las grandes disqueras que eran las dueñas del negocio, se daban de topes en la pared para detener el tsunami que se les venía encima.

Attali bautizó su teoría como “la crisis de la proliferación”. En palabras de cristiano, significa que el mercado se saturó y murió por asfixia.

El asunto es que muchas otras actividades comerciales y humanas son también víctimas de “la crisis de proliferación”.

Recuerde a este francés cuando su banda favorita salga al escenario a decirles que regresaron porque en realidad extrañaban a su público. Vil mentira.

En México se organiza por lo menos un concierto de música al día, los 360 día del año. Recitales de todo tipo de géneros, artistas y tamaño de escenario. De ese tamaño la industria.

La Ciudad de México tiene el único lugar para conciertos que sólo cierra un día, los lunes: el Plaza Condesa.

Por cantidad de habitantes, el Distrito Federal es el escenario más importante para organizar conciertos y detrás de ese monstruo se encuentra Monterrey o Guadalajara.

Querétaro, con sus casi dos millones de habitantes, sólo aspira a tener en sus teatros a Luis Miguel, Chayanne y Enrique Iglesias y no más.

Supongamos que los boletos van desde los 200 pesos a los 3 mil pesos. En el Foro Sol han entrado hasta 60 mil espectadores en una noche y en El Plaza entran 2 mil por noche.

Échele lápiz y se dará cuenta del tamaño del negocio que significa el entretenimiento en vivo y sólo en el apartado de música pop, rock y ritmos contemporáneos.

Así se las gasta el mercado, se las arregla para mantenerse a flote. FIN

Google News