¿Por qué creemos en los Reyes Magos? ¿Por qué creemos en general? En su homenaje en la FIL, Fernando Savater compartió una anécdota que ilustraba lo difícil que es ser buen filósofo y buen padre a la vez. Un día, su hijo volvió del colegio y le preguntó si era cierto que los Reyes Magos no existían. Su respuesta fue vaga: le explicó a su hijo que había escuelas del pensamiento que no creían en los Reyes Magos, y había otras que sí. Su hijo fue mucho menos condescendiente con él: “Sabes papá, creo que eres el único papá del colegio que cree en los Reyes Magos”, le respondió. Pero quizás las palabras del filósofo cargaban una verdad intrínseca: creer es una decisión, no una constatación empírica. Decidimos creer porque queremos creer y, muchas veces, eso es más que suficiente.

Tuve un amigo que se obstinaba en creer, a pesar de toda la evidencia en su contra. Estábamos en primaria y mis amigos y yo acabábamos de enterarnos de la verdad sobre Santa Claus. La discusión era álgida, pero su posición era clara: Alan había descubierto que su papá ponía los regalos en el árbol, pero eso no le daba derecho a extrapolar esa información a todos los otros seres mitológicos que nos traían presentes. “Santa no existe, pero los Reyes sí”. No hay razón que valga contra el deseo de creer. La verdad es que a mi amigo no le importaba el sentido religioso de la existencia de los Reyes, pero la rosca era la única vez en el año que se juntaba con toda su familia.

Creer es una elección. Una herramienta que nos permite conllevar mejor la realidad. No hay ninguna información que constate la existencia de tres Reyes Magos, que visitaron a Jesús. La única referencia viene en el evangelio de Mateo, pero es breve y difusa, de tal suerte que no se establece que sean reyes, ni magos, ni tres. Como muchas de las cosas en las que creemos, el concepto de tres Reyes Magos fue una construcción política posterior y ajena a la ocurrencia histórica. Lo mismo sucede con todas las religiones y las creencias. Muchas de las doctrinas del catolicismo contemporáneo no vienen de los evangelios sino de una decisión política tomada en una gran reunión llamada el Concilio de Nicea en el año 325. Otras tradiciones que ligamos fuertemente al cristianismo son también de esa época. Es altamente improbable que Cristo haya nacido en diciembre, pero en algún momento entre el siglo III y IV se decidió que sería en esa fecha que se celebraría.

Las creencias no causan guerras. La idea de que las creencias deben ser universalmente aceptadas sí. Al final, todo lo que creemos es una construcción de la propia humanidad para poder sobrellevar mejor la vida. Lo que parece normal para nosotros, no lo es para el de a lado, y eso nos enriquece, no nos disminuye.  A los grupos cristianos en Estados Unidos les pareció que la película Coco causaba confusión sobre sus creencias religiosas y advirtieron a los padres de familia de ello. Por su parte, a la censura en China, que no permite escenas de fantasmas por considerarlas contrarias a sus creencias, le pareció una película inofensiva e incluso ilustrativa de muchas creencias propias. Las sutilezas más absurdas pueden causar conflicto entre creencias, pero también, cuando hay un poco de apertura, grandes coincidencias. No todo lo que es distinto está mal.

No hay tres Reyes Magos que llegan en la noche a poner regalos, como tampoco hubo tres Reyes Magos que visitaron a Jesús, y eso no nos impide compartir la rosca con la familia. De igual forma que mi amigo elegía creer porque creer le daba la posibilidad de convivir con sus seres queridos, el aceptar  las creencias distintas de otros nos permite convivir con un fragmento mucho más amplio de la humanidad. Las creencias son puntos de encuentro y, cuando no lo son, debemos entender que sólo son creencias.

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