Muchas de las ciudades en nuestro país, guardan bellos testimonios de la manera como fueron antaño. Algunas de ellas desde tiempos inmemoriales y otras mucho o todo tienen que ver en etapas muy específicas, como la Conquista y la evangelización. En nuestra ciudad capital, podemos mirar hacia el oriente y reconocer lugares singulares como el barrio de La Cruz, donde se encuentra la loma del San Gremal y desde ahí mira hacia el poniente la fachada del templo y ex convento franciscano de la Santa Cruz de los Milagros, un lugar que es todo un referente en la historia local y también durante momentos cruciales en la historia nacional. Ahí, se fundó nuestra ciudad en el año de 1531.
Alguna ocasión, en otras latitudes y con cámara en mano, tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Valladolid en el estado de Yucatán, donde al recorrer a pie el barrio de Sisal, uno de los más emblemáticos de la misma y donde se encuentra ubicado otro ex convento franciscano, el de San Bernardino de Siena, lugar que por cierto guarda celosamente entre sus muros vestigios de las primeras acciones llevadas a cabo por los religiosos en murales que se han ido diluyendo por la humedad, pero también conserva un retablo barroco muy singular y hermoso por sus detalles con motivos relacionados con vegetales. Sin embargo, al recorrer el lugar, tuve la sensación de lo que podría llamar un silencio muy colorido y me llamó la atención el ver muros de un gran grosor. Al preguntarle a una de las personas encargadas, ¿porque así?, me dijo simplemente que los franciscanos debían protegerse, ya que los mayas, reacios a la evangelización en aquellos años, eran muy inquietos y aguerridos. No pude evitar mirar de nuevo los muros y pensar que gracias a ello, unos y otros con sus atributos como comunidad, dejaron un patrimonio histórico y cultural irrepetible y único.
Me quedo con el positivo enfoque de seguir siendo inquietos y aguerridos, para continuar construyendo una ciudad con un destino más noble, como este Querétaro nuevo que deseamos conservar.
